sábado, 15 de septiembre de 2012

Una noche



Zoroastro, amigo mío, pensión y luna de mis tristes alturas, yo sé muy bien que sabrás comprender esta angustia desde la que te invoco, hay una gota de sangre negra derramándose en estos momentos, una tristeza pronta a ser acallada, enmudecida, enterrada viva. No se me ocurre más que recurrir a vos mi querido Zoroastro, a estas horas se me va a cada rato la cabeza y no sé por cuanto tiempo más voy a poder dominarme asi que ya sabrás perdonar si de súbito me interrumpo Zoroastro, mi bienamado, mi cabeza de león, mi muchacho; comprendeme que estoy acá aún contra mi misma puesto que me braman las entrañas por ir corriendo al lado del que me está llamando, pero no puedo Zoroastro, no puedo y el corazón destila su gota negra, espesa, abominable. Y perdoname que use esta palabra: abominable, perdoname la pasión, vos me conocés Zoroastro, sabés lo mucho que me importa la circunspección en el lenguaje, sos testigo de como me irritan los barroquismos, la exageración, la melaza literaria ¿te acordás del congreso en San Petersburgo, como me alteró la ponencia de ese Smith sobre la inspiración? ocurre que las circunstancias me han superado Zoroastro, por primera vez en mi vida me siento fuera de control, fuera de mi, no hallo el sosiego necesario para los reparos del lenguaje, el lenguaje Zoroastro, esa casa segura, me ha abandonado, estoy a la intemperie, sospecho que de un momento a otro voy a perder toda capacidad de comunicación con el afuera, a duras penas intento seguir con esto. Tengo miedo Zoroastro, intento dominarme pero tengo miedo, hace muchos años que no sentía este frío en la espalda, estos pinchazos en la panza, tengo miedo de quedarme adentro de una caja cerrada sabiendo que él me llama me espera y yo imposibilitada para toda voluntad. No estoy en ningún lugar definido ahora y sin embargo creo estar en todos ellos a la vez, soy un puro interior, inquieto, ardiente, el afuera no existe sino como noción que hace más apremiante el encierro en el cual todos mis movimientos son gestos inútiles que me hunden más adentro más adentro ¿te acordás esa imagen que usa Cortázar y que siempre comentábamos? el pájaro que con sus aleteos desesperados de fuga teje la malla que lo encierra, así me siento Zoroastro, yo soy la jaula y el pájaro, un lugar común, nunca pensé que llegaría a decirte estas cosas tan berretas; ya no hay retorno Zoroastro, el tiempo está encaprichado en no correr en no pasar y lo único que me da un poquito de consuelo es el sorbete verde y violeta y la coca que me estoy tomando con él, siempre me gustó el verde y violeta, vos lo sabés, la coca también, no te sorprendás, ya se que una gaseosa no va con mis ortodoxias alimenticias pero en momentos como este el cuerpo dispara para cualquier lado y he pensado que acaso las burbujas en la lengua me tranquilicen un poco, ya podés ver a que pavadas me estoy aferrando Zoroastro y ni siquiera me da vergüenza contártelas.
Tranquila chiquita tranquila, las mejores cosas le suceden a los que sienten y no sienten del modo en que tu estás sintiendo y no sintiendo ahora. Creo que te vas a sulfurar un poco al ver que uso el tu pero es que estos meses en España me lo han pegado como chicle a las muelas, no puedo imaginar si te estás sulfurando más por el tu o porque te digo chiquita, qué importa, ambas cosas van bien con el tono protector con que pretendo envolverte ya que no pueden estar mis brazos para hacerlo ni puede estar mi mirada para calmarte el ansia, las palpitaciones exageradas, no me queda mas que este tu y este chiquita para sentirme cercano y esperar que, a pesar de tu estado, no estés tan ida como para que te pasen por alto estos usos del lenguaje que se avienen tan mal con tu estética y entonces te sulfuras y quieres dejarme, irte, no seguir y a fuerza de pensarme me materializas y me haces aparecer ahí, frente a ti, para pegarme un par de puñetazos blandos  en el pecho como te gusta hacer cada vez que te enojas conmigo, pero te pido que postergues tu enojo y que me sigas, haz una suspensión provisoria del asunto a lo cartesiano y sígueme chiquita que quiero que sepas que finalmente fui al Museo de la Reina Victoria , después de postergar el asunto por un par de meses con miles de vueltas y excusas, junté fuerzas, hice el viaje hasta París, llegué una tarde justo antes de que el museo cerrara y lo encontré, en la última sala frente a la copia del grabado de Durero tal como nos había dicho el viejo, ahí estaba el retrato, pintado al óleo sobre una tela de sesenta por noventa con un marco de madera tallada, ahí estaba chiquita el retrato de la mujer con cabeza de caballo, se me heló el corazón al verlo sobre todo al advertir el contraste de la cara con las manos que resultan tan humanas; el año en que está pintado coincide con lo que habíamos pensado: 1911, está junto a la firma del pintor en el ángulo de abajo a la derecha, un tal Pedro Valladolid , arriba de la cabeza de caballo sobre fondo verde oliva está pintada una cinta con el nombre de la retratada, la cinta es color crema y la sostienen dos mariposas negras, entre las manos la mujer tiene un pliego de papel en el que se lee un rezo en español, esto junto con el nombre de ella y el del pintor no hace mas que confirmarnos su  procedencia, me gustaría estar contigo en este momento para ver cómo te va cambiando el brillo de los ojos a medida que te cuento esto, no se si contribuyo a mejorar o por el contrario alimento tu estado actual pero ambos empezamos con este asunto y me parece justo que conozcas lo que al respecto está sucediendo. Sobre todo ahora que el círculo empieza a cerrarse mi entusiasmo va en aumento.
¡Zoroastro, Zoroastro, Zoroastro! A la mierda con vos Zoroastro, parece que en vano invoco tu nombre y sin embargo te sigo nombrando a ver si te conjuro, si te anulo y anulo todo lo que decís ¡Zoroastro, Zoroastro! No estoy jugando Zoroastro, sos un cabeza dura, un caprichoso, sos un boludo Zoroastro, el círculo se cierra, claro que se cierra, a velocidad vertiginosa se cierra y es de fuego el círculo y nosotros nos quedamos encerrados adentro y nos quemamos Zoroastro, yo ya estoy sintiendo el olor a carne chamuscada, no me gusta nada de nada lo que sucede.
Veo chiquita, y discúlpame que insista en este trato, que ya no me nombras tu pensión y luna. Veo que no te has enojado por ninguna de las cosas que imaginaba sino por lo que te conté esperando secretamente que fuese motivo de tu alegría y te hiciese dejar de lado toda esa especie de gran vacío interior en el que pareces haber caído por no poder ir junto a él, bien sabes que se trata de una imposibilidad, ¿entiendes chiquita? una im-po-si-bi-li-dad, por lo tanto es inútil que sigas revolcándote en ella, estás poniendo pasión donde no hay lugar para tal cosa, no quise decírtelo antes porque te notaba sensible, evité cuidadosamente el tema, pero el corazón merece destilar gotas negras por mejores causas, no quiero ofenderte aunque parece que ya te ofendí con lo que pensaba te iba a remontar de ese círculo enfermizo en que pareces andar, te lo digo: estás exagerando querida, te desconozco, sola te has construido un círculo del que no puedes salir pero tampoco tienes ganas al parecer. Traté de ser complaciente con vos – y creo que ya me saqué de encima el tu que tan mal me viene sonando en la cabeza- traté de ser complaciente con vos porque al fin y al cabo estoy lejos y la distancia desdibuja y cambia la dimensión de las cosas y acaso me estoy equivocando, hice un esfuerzo por ser amable y vos como toda respuesta no hacés mas que insultarme. ¡Reaccioná chiquita!, sola te estás encerrando, nada tiene que ver que haya encontrado el retrato, nada tiene que ver que, tal como nos contó el viejo, en vez de una cabeza de mujer la retratada muestre una cabeza de caballo blanco con los labios pintados de rosado y que la sangre se hele al verlo, nada tiene que ver con tu círculo el nombre de la mujer caballo escrito en la cinta color crema entre las dos mariposas, el nombre que el viejo no se acordaba y que no te dije, intencionalmente no te dije para crear un poco de suspenso porque esperaba que me lo preguntases, solamente eso estaba esperando, que me preguntases qué nombre estaba escrito en la cinta, nada más, después podías descargar sobre mí todos tus enojos pero primero tenías que preguntes ¿cuál era el nombre?  ¿cuál era el nombre?  ¿cuál era el nombre?  ¿cuál era el nombre?  ¿cuál era el nombre escrito en la cinta color crema, entre las dos mariposa negras? ¿cuál era el nombre de la mujer con cabeza de caballo? se suponía, y no creo ser pretencioso con esto, que varias veces tenías que preguntármelo insistente  ¿cuál era Zoroastro? decime cuál, cuál.
Estás siendo orgulloso Zoroastro, no me gusta, muy en contra mío te respondo Zoroastro pero por todo lo nuestro, por consideración con nuestro pasado lo hago, también para que veas que nada tengo que ver con la idea que a la distancia te hacés de mi, que para nada soy esa chiquita a la que te falta cantarle una canción de cuna; a vos no te importa saber que él me está esperando, que me necesita, lo llamás imposibilidad y punto, mirá Zoroastro mi alma está fea, fea por donde la mires y todo lo que hago y digo es un intento de desmarcarme de ese lugar mio que siento horrible, que me hace fruncir la nariz y el ceño, ahí la gota negra, la tristeza negra que necesito enterrar y todo esto sin que él lo sepa; no quisiera compartir estas cosas con vos porque me doy cuenta de tu incomprensión, la imposibilidad está en vos Zoroastro, es tu incomprensión, pero te las cuento, a pesar mío te las cuento para que podás ver lo poco que me importa tu visita al Museo de la Reina Victoria y ese nombre y lo mucho que me asusta que llegue a importarme tanto como a vos.
“(…) la autodramatización está a un paso del ensimismamiento voluntario y el autobombo desvergonzado de la cultura del narcisismo.”  Espero que no te ofendas más de lo que ya lo estás chiquita, a pesar tuyo chiquita, pero leía una nota sobre los límites entre realidad y ficción, lo escribe una crítica de apellido musical: Kakutani, lo que la nota dice no viene al caso pero al llegar a este final de oración no pude evitar pensar en tu círculo, no te tomés a mal lo de narcisismo pero es cierto que estás autodramatizando, deberías pensar en el retrato en nuestra investigación.
El insensible de siempre, te importa más esa mujer con cabeza de caballo de un siglo atrás que el pichón Bermúdez pudriéndose ahí adentro, cuando te hablo del círculo en que vamos a quedar encerrados Zoroastro me refiero al círculo de nuestro juego y yo no quiero quemarme con ese fuego, me espanta la idea de quedarme fuera de la realidad por una investigación tonta, de bolsillo, sobre todo me espanta quedarme fuera de la realidad en que está el pichón, por el estado en que él se encuentra ahora ya no puede participar de todo esto y entonces no me parece justo porque la historia la conocimos los tres, la investigación la comenzamos los tres, asi que no creo estar autodramatizando, esa palabra tan pomposa que usás. Mi tiempo ahora espera todo el tiempo alguna señal del pichón y no porque esta señal sea una imposibilidad casi voy a dejar de esperarla, en ese casi estoy viviendo, ahí está puesta mi esperanza; se que no puede hablar por teléfono, mucho menos salir de allí pero no puedo dejar de pensar en telepatía, señales de humo o una paloma mensajera, vos sabés tan bien como yo todas las veces que el pichón tuvo miedo de quedar sin nada que lo uniese a la vida concreta, entregado a su alma y sus huracanes, el miedo a un día despertar del otro lado de las cosas y te lo estoy diciendo usando las mismas palabras que él usaba. Al final le pasó y yo me quedé al fondo de mi caja sin poder saltarme para ayudarlo y dejé que se lo llevaran, eso no me lo perdono; y ahora Zoroastro lo menos que esperaba es que me preguntases por él, así como vos esperabas que te pregunte por el nombre de la mujer del retrato yo desde mucho antes esperaba que me preguntases ¿Qué le pasa al pichón Bermúdez? Y, te lo repito, no creo que esto sea autodramatizar.
Te desconozco chiquita, creeme que te desconozco ¿dónde quedó todo el entusiasmo, la certeza de tener algo grande entre las manos? esa certeza que en vos era aún mayor que en mí, conseguiste ponerme nervioso, hoy en mitad de la clase me puse violento con un estudiante sin ninguna razón en particular y tuve que salir para mojarme la cara, fumarme un cigarrillo y tomarme un alplax, comprendo que ya no comprendo lo que en un principio creí comprender, me refiero a lo que pasa allá en Buenos Aires, conseguiste desgastarme chiquita, no entiendo nada –ahora soy yo el que cae en lugares comunes-, fijate como me pusiste que me arrancaste el tu, ya no me sale usarlo ni de broma, como venía haciendo para pincharte un poco nomás. Voy a intentar una vez más convencerte, recordarte la historia del cuadro, a ver si volvés a dimensionar la importancia del asunto, algo que va más allá de una simple investigación de dos profesores aficionados. Hace cuatro meses fuimos a la biblioteca de la Escuela de Artes a buscar algunos datos sobre el grabado Melancolía I de Durero para salir de una duda que había surgido en la clase sobre los instrumentos de medición que aparecen en la obra, cuando el viejo Soto supo lo que buscábamos, mientras nos bajaba un par de libros, nos contó que su abuelo era grabador y había hecho una reproducción del cuadro para un modesto museo de París, el viejo se entusiasmó y nos contó que en ese mismo museo estaba el retrato de una mujer española con cabeza de caballo blanco, su abuelo había pensado que se traba de una ironía del pintor pero un día estaba en la sala del museo retocando su Melancolía y ya cerca de la hora de cerrar había entrado una mujer vestida con mucha elegancia pero con la cara cubierta con un velo y el resto de la cabeza envuelta en un turbante, la mujer se paró frente al retrato de la mujer con cabeza de caballo, lo miró unos pocos segundo y se fue; Soto contó que el abuelo aseguraba que la sangre se le había helado al entrar la mujer, quedó duro con los ojos clavados en su trabajo, recién cuando la mujer salía consiguió moverse y entonces alcanzó a ver asomando por debajo del turbante unas crines blanca, esta visión alteró muchísimo al abuelo de Soto, se había pasado varios meses encerrado en la pieza que por entonces alquilaba en París, sin poder hablar, en cambio de eso rebuznaba; después de tres meses de encierro se había vuelto a la Argentina, abandonó el grabado se hizo banquero, se casó y nunca más volvió a hablar del asunto hasta que, ya en sus últimos años, le contó la historia al nieto. Es un poco tonto que te repita todo esto que ambos supimos al mismo tiempo chiquita y seguro te estoy cansando pero quiero remontarme a cómo comenzaron las cosas a ver si así te remonto, te saco de ese fondo de vos en el que decís estar y volvés a compartir la alegría conmigo. Acordate como nos quedó zumbando la historia en la cabeza, todos los virginia slim de esa noche, las especulaciones, las hipótesis, que si se había tratado de una alucinación del abuelo de Soto, acaso andaba sugestionado, acaso su cabeza ya venía trastabillado y la supuesta mujer caballo que entró al museo había sido una proyección de su mundo mental, lo más probable es que se tratase de la obra de algún surrealista, eso en el caso de que el cuadro existiera y no fuese invento de un chochera porque la historia se la había contado el abuelo a Soto ya de viejo, en el mejor de los casos podría haber entrado una mujer con la cabeza cubierta y eso que el grabador tomó por crines bien podían ser canas, al fin de cuentas era el único signo que había visto que le remitiese a una cabeza de caballo y unos pelos blancos y un rostro cubierto no eran cosa tan contundente; había demasiadas explicaciones lógicas y muchos ruidos, por ejemplo qué hacían en una misma sala un retrato tan excéntrico y una copia del cuadro de Durero sin coincidencia aparente de tema, época, estilo. Pero algo nos seguía y seguía dando vueltas, acordate chiquita como caminabas de una punta a otra de la pieza retorciéndote los dedos, te tomaste sola casi una botella de coca cola como nunca lo hacés, yo me puse a buscar en internet, en el remoto caso de que hubiese existido una mujer con cabeza de caballo se trataría de algo extraordinario, debería estar registrado, mas si había llegado a ser retratada, debía figurar en la lista de fenómenos de la humanidad junto al hombre elefante, las siamesas, la mujer barbuda, los enanos, pero nada; Soto nos había dicho que el abuelo no recordaba la fecha exacta en que estaba firmado el cuadro pero era por el 1900, tampoco supo decirnos por qué decía el abuelo que la retratada era española. Acordate chiquita, acordate como hicimos el amor esa noche, no se si por la coca mezclada con vino más tarde, si por ese algo de misterio que empezábamos a compartir o porque se desató una tormenta terrible y a vos siempre los truenos y los rayos te excitaron, acordate qué salvaje qué despiadada estuviste conmigo esa noche, me llamabas gato de agua y de repente te quedaste dormida entonces yo me bañé, preparé café y pasé el resto de la noche sentado al lado tuyo en la cama, con la notebook, tratando de encontrar alguna pista que nos diese permiso para creer en esa historia, algo que nos demostrace que de algún modo anclaba en la verdad, que no era puro trastorno mental o chochera de viejo; a lo único que llegué fue a confirmar que efectivamente existía el Museo Reina Victoria, una vieja casona con no mas de cincuenta obras, la mayor parte de ellas copias, cerca del Pont Auverge en París, al parecer también era cierto que entre las obras había una reproducción del Melancolía I de Durero, no era poco. Acordate que te despertaste cerca de las ocho de la mañana y yo te dije chiquita y vos frunciste la nariz como lo hacés cada vez que te llamo así porque te sentís puesta en evidencia me parece y te conté lo que había averiguado, vos entonces me contaste que habías soñado con la mujer cabeza de caballo, parecías asustada, me pediste que te abrazara y que prepara café y nos olvidáramos de esa historia, cuando nos encontramos para almorzar al mediodía habías cambiado de opinión, me dijiste que algo teníamos que hacer con eso de la mujer con cabeza de caballo, que no sabías muy bien qué pero tenías el presentimiento de que algo iba a suceder con eso; no pude menos que creer en que eras bruja cuando a la tarde me llamó Estévez para que me hiciese cargo por un cuatrimestre de la cátedra de Estética como profesor invitado, qué mejor excusa para viajar a España y sin embargo fijate que pasó mucho tiempo, que anduve haciendo mucho el sonso hasta que al final me animé a ir hasta París para ver si existía el cuadro. Vos en cambio chiquita no dejaste de perseguirme con que tenía que ir a ver, ir, cada vez que nos hablábamos por teléfono, en los mails, todo el tiempo, todo el tiempo me insitías con que tenía que ir a ver el cuadro hasta ahora en que al final junté coraje y fui y vos de repente cambiás de parecer y me hablás de esto como una investigación de aficionados, una vanidad. Estarás harta, frunciendo la nariz como conejo, sin terminar de entender por qué me gasto en contarte todo esto que vos sabés tan bien como yo, que es algo que vivimos juntos; te lo cuento chiquita porque parecés haber olvidado esa sensación que compartimos, los preparativos del viaje, el entusiasmo por la mujer caballo, los interrogatorios a Soto para conseguir más detalles acerca de lo que el abuelo le contase, los métodos y desmétodos que inventamos para ubicar a alguna mujer con cabeza de caballo entre las familias españolas más acomodadas de principios del veinte, tarea ciclópea pero que no nos asustaba porque cada vez crecía más entre nosotros la certeza de que esa mujer había vivido, vergüenza de alguna familia que contaba con los medios suficientes para protegerla del mundo, esa mujer había existido más allá de la tela, no era la ironía de algún pintor surrealista, por alguna extraña razón había sido retratada, eso había que averiguarlo, crecía la certeza de que el abuelo de Soto la vió ese día en París y ambos sosteníamos esa certeza, ambos la alimentábamos, vos cada tanto volvías a soñar con la mujer caballo, despertabas asustada y querías suspender todo, dejarlo, olvidarlo, pero el espanto te duraba unas horas y al mediodía ya estabas entusiasmada de nuevo. Se suponía que apenas yo llegase acá viajaría a París, visitaría el museo, luego buscaría, no se dónde buscaría, un rastro, un nombre, algo, vos mientras tanto seguirías insistiendo con el viejo Soto a ver si recordaba algún otro dato y en el receso de verano tratarías de venir para ayudarme en la búsqueda; sin embargo llegué acá y me paralicé, a pesar de tu insistencia me paralicé, nada de listas ni de registros, recién ahora me ha vuelto el entusiasmo pero entonces es a vos a quien parece no importarle, me hablás del pichón Bermúdez, pretendés que es lo más importante y que soy un insensible si no te pregunto por él pero yo chiquita mia no se quién es el pichón Bermudez, no recuerdo que me lo hayas presentado o siquiera nombrado alguna vez, mucho menos que esté involucrado con este asunto, pensé que era algo de nosotros dos solos, decís que te está esperando, que se lo llevaron y está incomunicado; traté de omitirlo, de pasarlo por alto las primeras veces que hiciste alusión a esto pero ya no puedo chiquita, no puedo más, no se de que me estás hablando, si es que algo está funcionando mal en mi cabeza y no puedo recordar o                                no se, no se, perdoname chiquita pero siento que no entiendo nada.
Zoroastro, chiquito mío, gato de agua ¿qué sucede? estás acá, mi tía, la que tenía cabeza de caballo, nunca fue retratada, apenas vivió veinte años, encerrada en su pieza, esa malformación la hacía horrible y padecía mucho por eso, decían que era engendro del diablo, castigo porque el padre se pasaba muchos días trabajando sólo en el campo y parece que se cogía a la vacas y a las yeguas pero nunca le hicieron un retrato a mi tía, tía abuela en realidad, lo único que quedó de ella es una fotito borrosa en la que apenas se la ve, la que te mostré anoche, atrás está escrito su nombre: Europa Vargas. Pero estás acá Zoroastro, al lado mio, llueve, anoche te quedaste dormido con el cigarrillo entre los labios, a medio fumar, me lo terminé yo mientras trataba de conseguir algún dato más sobre este Pedro Valladolid; llamó el pichón Bermúdez hace un rato, está encantado con París, dice que consiguió para regalarnos un reproducción de melancolía I de Durero, ¿conocés ese cuadro?

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