sábado, 1 de septiembre de 2012

Ana




Cada vez me convenzo más de que basta cierto sentido del equilibrio que convine inteligencia, voluntad y sensibilidad para labrarse el propio destino, lo supe el día que vi tirarse a papá contra un camión, mejor dicho lo supe después pero ese día tuve la primera intuición al respecto.
 Julio Luckasevich  arrugó la tarjeta de invitación en su puño moviendo la nariz como conejo, gesto tan suyo cada vez que le molestaba algo, de repente ¡mu! como un tincazo en la frente, los grandes ojos cruzados por una telaraña de venitas verde azuladas lo remontaron del embotamiento, sacó de la caja la jeringa, los frasquitos, en menos de cinco minutos vacunó a la vaca, un mecanismo aceitado, un trámite; antes de llegar al auto tiró la invitación echa un bollo en el bebedero de los animales. I´ve just seen a face sonando en la radio, sintió que el pecho se le abollaba como segundos antes el papel, I´ve just seen a face y la cara de Lucía flotando inevitable frente a él, sobre el parabrisas, I can´t forget the time or place where we just meet mmm-mm-mmm Lucía, she´s  just de girl for me di di di din Lucía cayendo estoy y ella me sostiene una y otra vez da da da y nunca supiste Julio qué había mas allá de esa sonrisa, nunca pudiste traspasarla, quisiste pero no pudiste, puta madre con la sonrisa de Lucía ¡qué miel! Mmmmdadadada, su cara flotando sobre el parabrisas other girls never quite like this, acabó la canción la cara de Lucía se infló infló infló hizo plop  y explotó como una burbuja dejando el auto impregnado de olor a naftalina. El martilleo lacerante de la maquinación inútil, la pastilla desconcentra el martilleo lacerante de la maquinación inútil le había dicho el doctor Jobbim y tenía razón; sacó de la guantera una tirita de clonazepam, las cosas se sucedían mas o menos en el mismo orden siempre, canción, recuerdo, martilleo lacerante, maquinación inútil, mitad de pastilla frenó de golpe, una paloma se estampó contra el parabrisas en el mismo lugar donde acababa de estar la cara de Lucía, le dio asco pensar que tendría que limpiar los restos de cuerpo reventado, mejor desentenderse del asunto, que lo limpiase Ana, total a ella la sangre no le impresionaba tanto y seguro esta noche iba a querer salir en el auto. Estacionó y antes de bajarse se desperezó echando hacia atrás los brazos y el cuello, todo su cuerpo se estremeció en una de las pocas acciones de su vida que le causaban verdadero placer, suspiró vaciándose de aire como un globo y bajó ¿Qué tal esos nudos Vero? Gordianos ¿Por qué no acomodás después el consultorio y cenamos? Sin mucha creatividad hoy: bife con ensalada, Ana avisó que llega más tarde. Recién de nuevo uno de esos bichos se tiró contra el auto, una mierda. Parece que en la avenida está terrible, esta mañana Yascha me contó que ayer se tiraron cinco al hilo contra la chata del gordo. Vaya a saber de qué se andan escapando. Los días de bife con ensalada la cena era rápida, luego tele, cigarrillos y caricias para Pelusa que ronroneaba agradecido, Julio se quedaba dormido estrujando la almohada entre los brazos, Verónica en cambio prefería ponerse la almohada bajo los pies para que le circulara mejor la sangre, le ardía el clítoris, noches como esa se le ocurría pedirle al hermano que se acostase con ella o que al menos la dejase acurrucarse junto a él para sentir el calor de su sexo pero siempre el orgullo le ganaba y no la dejaba mendigar amor, pedirlo como una caridad. Frente a Julio se ordenaban como arañitas las letras de la invitación que le había llegado esa mañana, trataba de convencerse que esa comadreja no había existido ni en sus manos ni en sus bolsillos, de que no existía aún el bebedero de las vacas donde la había tirado para olvidarla, anularla, gesto inútil, al fin de cuentas estaba bien que Lucía se casara, se lo merecía, ella había deseado eso mucho tiempo pero que sapo hijoputa se le inflaba adentro del pecho. Sosiega el corazón batiente también había dicho el doctor Jobbim mientras dibujaba una firma con muchos rulos al final de la receta y estampaba su sello M.P. 2914, la obra social cubre el cincuenta por ciento; abrió el cajón de la mesita de luz y sacó una tirita de clonazepám, ya era la última, mañana iba a tener que ir a la farmacia, así que con el pelirrojo Arzubeta, quién hubiera dicho, tan feliz que se lo veía siempre de no dejarse enredar, un tipo con tal orgullo de su soltería que daba envidia, orgullo que él no tenía, quién diría pero claro no se trataba de una cualquiera sino de Lucía y su sonrisa, la lengua jugaba con la saliva y la empujaba hacia fuera haciendo globitos, se acordó de la paloma, Ana aún no llegaba, no quedaba más que calzarse las chinelas, abrocharse la camisa, hacer de tripas corazón, buscar un balde un trapo y en fin, sino mañana el bicho iba a tener olor y estar lleno de moscas.
Hacía rato que había pasado la media noche, salió por la puerta del frente, dejó el balde con el trapo frente al auto pero siguió caminando, la puerta de la casa quedó abierta, siguiócaminandosiguiócaminandosiguiócaminandosiguiócaminandosiguiócaminando hasta llegar a la avenida, trepó un paraíso, desde las ramas más altas los faros del scania parecían soles. Nunca me aguanto, siempre muerdo los caramelos antes de tiempo protestaba Ana, Javier se reía y le tiraba del brazo para que siguiese caminando y no se quedara ahí plantada, molestando el paso, a la salida de la pizzería, ¡papá! gritó y así fue como Ana vio estamparse a Julio Luckasevich contra el parabrisas del camión.
Patricio está sentado sobre el pasto en el patio, tiene las piernas cruzadas, la espalda derecha, las manos sobre el tobillo derecho, la cabeza erguida y los ojos azules atentos, al lado el pichón Bermúdez se cuenta paciente la cantidad de pliegues de los nudillos: uno…dos…tres…tres mil treinta y tres…, adelante un poco hacia la izquierda un par de árboles empiezan a dar señales de otoño, al lado de su rodilla derecha se detiene una cucaracha absorta toda su cucarachesca existencia en el acto de ser cucaracha,  Patricio puede ver esa dos criaturas andróginas que, frente a él un poco hacia la izquierda, al lado de las margaritas, se miran de reojo y se comen las uñas, se enoja con ese gesto que le parece un vano ejercicio de auto reciclaje, intenta gritarles algo pero el grito se le queda a medio salir porque la cucaracha ha empezado a trepar por su muslo derecho y parece querer seguir por su columna, una de las criaturas cava desesperadamente un hoyo en la tierra, tiene las uñas de las manos comidas, se le despellejan las puntas de los dedos al chocar con los terrones de tierra y pone cara de dolor, después se mete adentro, la otra criatura arranca varias margaritas con las que cubre a su compañero, soñar con margaritas negras es mal presagio piensa Patricio, la criatura que queda saca de un bolsillo del pantalón un cortaplumas suizo color bordó e intenta hacerse el harakiri con el sacacorchos, no es sencilla tal forma de suicidio y la criatura finalmente desiste optando por volver a introducir el sacacorchos de su precioso cortaplumas y hacer salir ahora una lima para emparejar sus uñas comidas, Patricio hace ese gesto que consiste en entrar los labios hacia adentro y sacudir un poco la cabeza y que hace cada vez que contempla las barbaridades del mundo, Ana se acerca a Patricio con una taza de caldo con olor a coliflor hervido para almorzar, los enorme ojos azules de Patricio desdeñan la taza y se fijan en los rulitos que le crecen a Ana como puñados de uvas sobre las orejas, entonces empieza a llorar y no puede parar, a Ana se le cae la taza y empieza a llorar y el pichón Bermúdez quiere chupar la sopa que riega el pasto pero se corta la lengua con un trocito de vidrio y entonces llora también.
Ana soy yo, la enfermera, Patricio Costa uno de mis pacientes en el neurosiquiátrico Doctor Zabaleta en la zona este de Mamita Clara, cuando lo internaron le asignaron el número doce y aún sigue siendo el paciente número doce, este número nos sirve para identificarlos, cada loco tiene un número asignado, es el mismo número que el de su cama, llamarlos por el número en vez de por el nombre agiliza mucho las cosas, mas teniendo en cuenta que a los locos hay que andar llamándolos a cada rato para que hagan o dejen de hacer tal o cual cosa. En el caso de Patricio no sabemos exactamente qué siente, es una caja cerrada y nunca vamos a adivinar los resortes internos de su comportamiento, solo podemos guiarnos por ciertos movimientos que más se parecen a actos reflejos y, a decir verdad, sos escasos; frente a esta imposibilidad aparente de comprensión, de tender un puente que nos permita comunicarnos, yo prefiero imaginarme lo que el está viendo, oyendo, lo que está sucediendo ahí adentro de su caja.
Cuando los padres los internaron, hace dos años ya, me hizo acordar a mi viejo, el loco Luckasevich, el que tuvo sus cinco minutos de fama por querer ser paloma; cuando papá salió del coma después de quebrarse varios huesos contra el camión no volvió a estar de este lado de las cosas, hay un punto que una vez alcanzado no tiene vuelta atrás, el no volvió; el doctor Jobbim dijo que papá había quedado en un tiempo en blanco, cuando trajeron a Patricio también estaba así, en blanco, por eso enseguida me hizo acordar a papá, pero ahora parece dar muestras de mejora, quiero decir que está menos en blanco y menos caja que al principio, los médicos no parecen notarlo pero su cuerpo está despierto, se mueve, grita y llora, no como papá que se quedó un muñeco de trapo para siempre. Unos versos de Paul Verlaine dicen algo así como que hay extrañas tardes en que las flores tienen alma y en que el corazón es un viejo de cien años, son las mismas extrañas tardes en que sueño y realidad se juntan, Patricio vive en una continuidad de extraña tarde anudando sueño y realidad, no se si pensar esto como una suerte o una tristeza, Patricio existe de ese modo y punto.
Una eternidad de día en blanco había dicho el doctor Jobbim con su manera tan poética de diagnosticar las enfermedades mentales, cuando le pedí que me explicase a qué llamaba eso de tiempo en blanco me habló de una nada saludable, una nada con ojos nariz y boca, es decir capaz de sentir, una nada sensible, imposible sacarle una definición que se saliese del círculo de sus metáforas, por ejemplo ahora Patricio va saltando por todo el patio dando hurras, cada tanto se detiene y se dobla en dos para hacer como que ríe a carcajadas, un grupo de elefantes montados por sirenas empeñadas en hacerles cosquillas provocando que los animales se tropiecen y choquen entre si sufriendo estruendosas caídas, eso me imagino que ahora ve, de pronto la escena pierde nitidez hasta quedar convertida en una nube de polvo, en cambio aparece algo pequeño, delicado, en el pasamanos de la escalera, dos sapitos azules y entre ellos una bailarina rígida y parada de puntas contiene la respiración, acaba de fornicar con los sapos, se mantiene unos segundos en éxtasis y luego se desploma. No sé hasta donde papá podía ver tantas cosas como Patricio, nunca supimos bien qué le pasó, tía Verónica tuvo una crisis de nervios de la que casi tampoco vuelve, cuando se repuso habló con el doctor Jobbim para que se hiciera cargo de todo y nunca más quiso volver a ver a papá, se refugió en su consultorio, puso toda la energía en la fisioterapia, las veces que intenté insistirle para que fuéramos a visitarlo, cuando cumplió cincuenta o el día del padre, se negó, hasta se ofendió conmigo y pasó varios días sin hablarme. Papá podría haber estado internado acá, hasta podría ser Patricio, claro que el Instituto H.D., donde lo internó el doctor Jobbim en Buenos Aires, tenía muchos más pacientes y menos personal, así que no creo que alguna enfermera haya tenido tiempo de imaginar sus pensamientos; también es cierto que esto fue hace quince años, los psicólogos y gestálticos y foucaltianos todavía no habían invadido tanto esos lugares así que difícil que hubiesen dejado a algún loco volar como pajarito por el patio como lo hace Patricio acá; es más me parece que el Instituto D.H. ni patio tenía, no me acuerdo bien, tampoco fui tantas veces, también estoy medio olvidada de papá, no fui tan extremista como la tía, cargaba con la flexibilidad natural de los veinte años, para los cumpleaños le preparaba una torta de chocolate, crema y frutillas que le tenía que dar en la boca con cucharita, le regalaba medias o pañuelos, no podía comprarle nada de más valor porque se lo llevaban los de enfermería o los parientes de otros pacientes; al fin de cuentas para él era lo mismo, el que más lo visitaba era Jobbim, papá debe haber creído, si todavía creía algo, que el viejo era su hermano o su papá, estaba a punto de jubilarse después de más de treinta años de psiquiatría, sus métodos ya no eran ni los más nuevos ni los más eficaces, sobre todo los familiares de los enfermos se hartaban de tener que descifrar sus diagnósticos en clave literaria, le quedaban pocos pacientes y los cuidaba como si fuesen figuritas de porcelana, a papá le tomó gran cariño, le llevaba muñecos de goma que él usaba como mordiscos o madejas de lana que enrollaba y desenrollaba por horas; cuando murió creo que fue el que más triste se puso, para los de la familia y los amigos papá había muerto el día que se tiró contra el camión.
Siempre hay algo en mi queriendo morir, a veces es la conciencia, a veces una pura sensación física, el cuerpo quiere cesar y listo, no me avergüenzo de esto aunque me cuesta decirlo, como si tratase de una ofensa, es lo más cercano a la noción de pecado que encuentro en mi, a veces me parece que todos quisieran ignorar mi voluntad: extinguirme por obra y gracia de mi propia imposibilidad de ser, pero quizás estoy exagerando y me victimizo un poco también. Las ganas de morirme suelen venirme a la siesta, cuando terminamos de almorzar con el resto del personal y tenemos media hora de descanso antes de empezar con el turno de la tarde, la mayoría aprovecha para salir a fumar, yo que no fumo me siento en la escalera a mirar a Patricio que a esa hora anda con los otros locos por el patio, ahí aprovecho para imaginar qué ocurre adentro de su caja, entonces puedo tocar en esencia, pura, mis ganas de morirme; creo que las ganas siempre están ahí, disfrazadas, entremezcladas con el resto de las sensaciones y pensamientos, pero hay horas, como la siesta o a la noche cuando vuelvo a casa, en que esa ganas se me revelan puras, claritas, separadas de todo el resto, como cuando se desea a un hombre.
Yo no quiero que se note que quiero morirme, no es que se trate de una sensación desesperante, un estado de ebullición ni mucho menos, es solo la sosegada certeza de que el pájaro de mi corazón está anhelando el quiste alpiste de la nada, para decirlo de manera poética, a lo Jobbim. Lo que me abate es la imposibilidad de transmitir esta sensación, es una ofensa decirlo, una descortesía hacia los vivos, una especie de pecado o amor clandestino, algo de lo que se quisiera hablar con todo el mundo pero no se puede, así que no queda otra que hacer que no se me noten las ganas de morirme, que el cuerpo y la cabeza lo olviden, se trata de buscar un buen olvido. No se si papá realmente quiso morirse cuando se tiró, era de esas personas incapaces de hacer mal a nadie, pero también incapaces de alegrar a nadie, mucho menos de sorprender, quién iba a sospechar que su orden mental se iba a sublevar hasta tal punto, la historia de un hombre mirando un punto pero no cualquier punto sino su punto, el punto delimitado por sus ojos fijos en la pared blanca, punto blanco en pared blanca de hombre en blanco, toda la historia de la vida de mi viejo podría resumirse así, un secreto anhelo de nada incubado a lo largo de toda una vida que finalmente se desató y cristalizó en la materialización exacta del anhelo, puesto que cuando al fin murió en el Instituto D.H. lo encontraron rígido en el banco del pasillo donde se había pasado los últimos doce años con los ojos fijos en la pared blanca del frente. No se si se le puede perdonar eso, haber elegido la nada, los gastos que implicaron mantenerlo internado por doce años, los honorarios del doctor Jobbim, los cargos de conciencia que implicaron a la tía y a mi sobre todo pero al resto de la familia también; cuando todavía estaba de este lado de la realidad me acuerdo que papá me besaba apenas rozándome la mejilla con sus labios, como un trámite, como si quisiera desligarse lo más rápido posible de esa obligación de cariño, claro que de esto llegué a darme cuenta con los años, cuando lo único que hacía era enredar y desenredar madejas de lana y masticar muñecos de goma, entonces yo las veces que iba a visitarlo tenía que quedarme sentada una hora mínimo frente a él para justificar el viaje desde la otro punta de la ciudad, para entretenerme no me quedaba más que actualizar recuerdos, lo hacía hablar y retarme y preguntarme, una de esas veces fue que caí en la cuenta de que siempre me había besado con desprecio, así que sus últimos años yo me vengué y lo besé del mismo modo aprovechando que él no besaba ya y que yo ni nadie hubiese deseado un beso de esos labios cruzados por una telaraña de baba.
Durante el almuerzo Usta me pasó el dato, parece que por fin le llegó la jubilación a Norita y como la que le sigue en antigüedad soy yo puede ser que me asciendan a jefa de enfermería, quizás mañana el doctor López me llame a su despacho y me lo comunique, no voy a saltar en una pata por la noticia pero un ascenso es un ascenso, cuarenta por ciento más de sueldo, derecho a mandonear y más pausas, Norita sale cada hora, hora y media, a fumarse un cigarrillo, dice que va a comprar gasa pero nadie le cree, ella lo sabe pero es un rito ya, como yo al cigarrillo lo dejé voy a aprovechar para observar a Patricio. Aparte de que me hace acordar a papá me da intriga desde el día en que me descubrió en el baño, loco hijoputa, fue hace tres meses más o menos, ahora ya lo perdoné y hasta le tengo cariño pero esa vez me sulfuró, creo que lo que más me molestó fue sentirme puesta en evidencia ante alguien del que no sabía hasta dónde llegaba a comprender o no lo que estaba viendo; cuando ando sin hombre necesito masturbarme un poco todos los días, a pesar de los discursos feministas que celebran la posibilidad de las mujeres de darse placer por si mismas nunca me conformó esa especie de autoabrazo, me gustaría prescindir de este ejercicio pero es el único modo de calmar el fuego del vientre, un desasosiego exasperante que por lo general me agarra en plena mañana. No sé cómo llego Patricio ese martes hasta el baño del personal y ahí estaba yo, sentada sobre el inodoro con la mano derecha entre las piernas, Patricio se quedó mirándome con ojos lamidos, era la mirada un poco perdida un poco vacuna que tenía siempre pero a mi me brotó un odio terrible, como si me hubiesen puesto un sapo en el pecho, así que me levanté de un salto y mientras me subía el pantalón le pegué una patada en los huevos que lo hizo salir corriendo y chillando como los pavos cuando están en celo, por suerte nadie se dio cuenta de lo que pasó, Patricio últimamente solía hacer esas escenas de gritos desaforados sin un por qué aparente, como todos sus comportamientos.
Ese día decidí hacer algo, lo decidí mientras me lavaba las manos en la pileta, mientras escuchaba los ecos de sus gritos rebotando en el pasillo y miraba en el espejo mi cara redonda de torta o luna o pizza, no me gusta mi cara, nunca me gustó, pero pasados los treinta una mujer tiene bastante asumidos sus baches y sabe qué maquillajes usar para disimularlos, no es mi cara lo que interesa ahora sino que ese día tomé la decisión de empezar a observar a Patricio con más atención que al resto de los pacientes, dejé de verlo ya como una proyección de mi viejo, empecé a evitar comparaciones inútiles y a imaginar su mundo, si es que acaso sus comportamientos obedecían a alguna coherencia interna y no eran un puro azar, una pura serie de automatismos, sospecha que sostuve por algunos días y al final resolví descartar por estéril y aburrida. Es el atardecer y Patricio está sentado en el comedor, cerca de la puerta, están por servirle la colación de media tarde cuando una serpiente aparece por debajo de la mesa y se enrosca en su pantorrilla izquierda, la cucaracha que había empezado a treparlo en el patio ya llegó a su nuca y le hace cosquillas en la oreja derecha, de nuevo los sapitos azules pero esta vez intentando salirse de la taza que tiene en frente, Patricio los mira, cuando yo me acerco y sirvo té en la taza uno de los sapitos alcanza a escapar aunque perdiendo una pata pero el otro queda ahogado en el fondo, Patricio se queda mirando el té con ceño fruncido, yo que me imagino toda esta situación intento tomarle la mano para consolarlo por la muerte del sapito pero él no me deja, cierra los puños, los esconde debajo de las mangas de la camisa y se ríe bajito. Más tarde, cerca de las diez de la noche y de que finalice mi turno, está acostado en su cama, la doce de la habitación D segundo pasillo a la izquierda, todavía tiene los ojos abiertos, escucha un llanto lejano mezclado con la protesta de dos urracas paradas en el umbral de la ventana abierta, la cucaracha ya logró introducirse en él por la oreja y ahora pasea sus patitas pilosas sobre su hígado provocándole una sensación de cosquilla interna que nunca había sentido, la serpiente ha desistido de estrangularle la pierna y se mete debajo de la almohada, las urracas se desabrochan las plumas como si se tratase de un tapado y resultan ser dos enanos, sordos al parecer, intentan dialogar entre si, uno es manco, la serpiente se retuerce debajo de la almohada y la cucaracha se desvía hacia el riñón derecho, a Patricio le gustan las sensaciones que le provoca el bicho, decide que van a poder convivir en el mismo cuerpo, los enanos de la ventana no consiguen entenderse y se pelean tirándose de las barbas y las orejas, la serpiente baja de la cama y se acerca a la ventana, al verla el enano manco se asusta y sin querer empuja al otro por la ventana, después se tira él, la serpiente se acurruca en un hueco que el revoque caído ha dejado en la pared y ahí se queda al acecho de nuevas víctimas, Patricio aprende que los enanos son extravagantes y las serpientes peligrosas, cuando yo que lo he estado espiando por la puerta entreabierta entro y le digo buenas noche mientras cierro la ventana Patricio empieza a gritar buenas noches como queriendo imitar mi voz un tanto aguda, intento acercarme para calmarlo y él empieza a dar puñetazos a la almohada, sus desesperación crece hasta el punto que tengo que inyectarle un sedante.
El tiempo es pesado acá adentro, no corre, lo mismo pasaba en el Instituto D.H. y en cualquier institución de esta clase pienso, hasta para los que trabajamos acá, aunque de noche volvemos a nuestras casas, el tiempo se vuelve denso, van pasando los días como se van pasando las páginas de un libro que repite en todas ellas el mismo texto, uno empieza a hacerse una idea acotada del mundo, se vive una realidad restringida como la de los locos, el mundo pasa a ser un patio, un comedor, dos pasillos, no más de tres metros de horizonte, paredes blancas y peladas, pasto ralo, cuatro parlantes repitiendo siempre la misma selección de boleros, una mierda, la nada, gente en blanco mirando puntos blancos sobre blanco, si los que trabajan acá no se escapasen cada dos por tres a fumar perderían todo rasgo de humanidad, como a mi me lo prohibió el médico el anteaño me dedico a imaginar el mundo de Patricio, a veces creo que pienso en lugar de él para no perder mi contacto con el mundo de allá, el de fuera del neuro Doctor Zabaleta; al principio me animaba cierto espíritu de venganza por esa situación absurda del baño pero de tanto mirarlo he llegado a tomarle cariño y hasta a comprenderlo, he desarrollado cierto mecanismo de empatía por el cual hasta puedo llorar o gritar con él pero puedo controlar en qué momentos hacerlos, de chica sabía bastante bien lo que quería, luego vino un tiempo, cuando lo de papá, en que la realidad me desconcertó, el resto de mi vida traté de recuperar esa vieja certeza, nunca lo logré hasta ahora en que volvía a saber muy bien lo que tenía que hacer. Una jefa de enfermería tiene las llaves de casi todas las puertas internas y es de los último en retirarse, le inyecté un sedante a Patricio y como era tan flaquito me lo pude llevar cargando como una bolsa de papas, el remis esperaba afuera, Patricio recién despertó al día siguiente en la habitación que le había preparado en casa, instintivamente salió corriendo para el patio, durante dos días se quedó allí, no pude convencerlo para que entrara, el tiempo se le iba en buscar insectos y cortarles las alas, ponerle sal del almuerzo que le llevaba a los sapos, echar aceite del almuerzo también en los hormigueros y arrancar flores; al tercer día algo pareció ceder en él y al final se animó a entrar, al tercer día también pero a la noche lo vinieron a buscar, vinieron el director López con los padres de Patricio y un oficial de policía, parece ser que el remisero fue el que hizo la denuncia, Patricio se me prendía a la cintura como un monito y tiraba arañazos a los padres que intentaban convencerlo para que volviese al neuro, al final se lo llevaron medio a la fuerza, conmigo fueron amables, en consideración a mis años de trabajo y a mi buena conducta López se limitó a despedirme sin indemnización y no hizo denuncia por secuestro o algo por el estilo a pesar de la insistencia de los padres de Patricio.
Pasé varios meses en la nada, ahora era yo la que parecía estar atravesando mi tiempo en blanco, no atinaba a ninguna conducta en particular, esperaba morirme, no suicidarme, morirme, que las circunstancias se labrasen más allá de mi, si bastaba un poco de disposición de la voluntad mezclado con algo de inteligencia y sensibilidad para propiciar el propio destino y que el azar no fuese tal, si a la casualidad se le podía marcar el camino hasta tal punto que todas las posibilidades se redujeran a una, que los dados marcasen el número que yo necesitaba, entonces de alguna forma u otra me moriría, la diferencia estaba en que ya no me importaba disimularlo y más parecía entregada a un puro azar que a un destino premeditado. Me distraía con cosas tontas en las que me perdía por un rato y carecían de importancia a la hora siguiente, por ejemplo antes de desayunar pasaba media hora pensando si a las tostadas convenía mirarlas con rabia recriminándoles su lavaje de manos respecto a todo o era mejor una mirada conciliadora de gratitud al pan nuestro de cada día, en fin, una noche golpean la puerta, abro y es Patricio mirándome con su ceño fruncido ¿Qué hacés acá loco? casi le grité, me empujó, entró corriendo y se metió debajo de la mesa de la cocina, cerré la puerta, me acerqué despacio, me agaché levantando el mantel y le volví a preguntar con la mayor tranquilidad que me permitía la taquicardia ¿Qué hacés acá loco? Patricio me mojó un beso en la mejilla. De noche los gatos hacen el amor me murmuró al oído como si se tratara de un secreto, de una clave o llave o paso hacia algo.
No se si estuvo bien acostarme con Patricio esa noche, no se me ocurre si podrían haberme incriminado por eso, creo que escucharlo hablar fue la llave para que cediesen todas mis barreras, aparte esta vez no era yo la que me lo había llevado sino que vino por propia voluntad; al fin de cuentas era algo que hacia rato tenía que pasar, al día siguiente Patricio volvió a ser Patricio Costa paciente número doce, lo vinieron a buscar, se había escapado en el horario de visita y supusieron que había venido a mi casa, esta vez no me culparon y Patricio no se resistió a que se lo lleven, tampoco volvió a hablar, a los pocos días lo encontraron muerto, primero había intentando hacerse el harakiri con un cortaplumas y después se tiró por la ventana de la habitación que habían olvidado cerrar, Usta me lo vino a contar.

Ana Luckasevich
1981

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