“Deja tu comarca entre
las fieras y los lirios.
Y ven a mí esta noche
oh, mi amado,
monstruo de almíbar, novio de tulipán,
asesino de hojas
dulces”.
Marosa Di Giorgio
A
esta hora en que escribir viene a ser mi última derrota, escribo convencida de
la inutilidad de escribir, sin poder hacer otra cosa. Escribo sin expectativas, esperando ser
Virgilio o Macedonio sin embargo. Cuando
son las cuatro de la mañana, hace insomnio, hace frío, hace miedo, falta un
cuerpo caliente al lado, ese otro que la espiritualidad nos convence que no
necesitamos pues nos bastamos a nosotros mismos. Cuando es madrugada de domingo
y ni siquiera los albañiles van a venir a meterse con mi soledad, me convenzo
que mejor que comprarse un chocolate es escribir, sedas para el tabaco y
escribir. He
fantaseado con algún amante (al que le queda demasiado grande ese nombre) que
vendría esta noche a aliviarme el alma, a suturarme la desgarradura
fundamental, a prestarme su vientre para volverme a nacer o como prefieran
decirlo, cualquier metáfora es válida. He imaginado un hombre, no digo
específicamente un pene, sino un hombre, un ser, otro cuerpo, otra piel, que
serían mi chocolate esta noche. Pero ante el silencio del teléfono me digo “el
chocolate sos vos”, podés morderte cuadrado a cuadrado, chocolate con leche,
chocolate con maní, lo envuelvo con la lengua, lo paso entre los diente, lo
muerdo suave.
Escribir es mi chocolate
ahora. Pequeño teatro de rabia y de locura montado para mi misma con toda la
intención de que sea meditación y sosiego. Dos libros, una vela, dos armados,
cuaderno, lapicera, mate con edulcorante, mi poncho, mi calza térmica, mi
pullover de feria, mi poster Marilyn, mi colchón. Nada ensimismada, mimada.
Acá es el punto donde me quedo varada mirando alelada el ventilador, llenando
el acolchado de cenizas, convencida de que tengo mucho para decir no tengo nada
para decir. Todo esto es un acting, lo se, una incerteza cuidadosamente montada,
porque voy a seguir escribiendo, nombrándome, como ahora lo hago. Como cada vez
que no se qué hacer, que no encuentro afuera aquello que me mandan a buscar
adentro, voy a poner mi cuerpo acá, voy a desnudarme, sacarme las capas como
una cebolla, voy a escribir que no tengo nada para decir sobre el mundo, nada
para narrar, solo desnudarme, voy a hacer de esta escritura un striptease. La
paradoja no es nueva. De todas formas es más fácil sostener este insomnio de
poca sopa a fuerza de humo y de palabras que escribirle a Rafael, decirle que
venga, que no haremos el amor, él nos hará. Conforme amanece me da nauseas la
tinta y el blanco de la hoja, flaquea la certeza, mis balas son de goma,
empieza a angustiarme el agua enfriándose en la pava, queda poco tabaco.
Entonces si quizás sea más fácil escribirle a Rafael, aunque el orgullo
señores, la posibilidad altamente probable de que no conteste ¡el sentirse
despreciado señores! El deseo de que el azar nos cruce en alguna vuelta de
esquina y ya, ese famoso y manoseado don de fluir, sin embargo yo le escribiría
y me estaría quemando como me quemo la lengua por fumar armados sin filtro. A
las cinco de la mañana de un domingo mi
realidad se ve reducida a los armados y al debate entre escribirle o no. Corta
de vista, lo se. Horizonte de pulga. El deseo de chocolate empieza a derretirse
o a hacerse humo, como el chocolate mismo, como esta escritura. Personaje que monto ante mi misma cuyo
razonamiento es mas o menos el siguiente: comer chocolates o escribirle a
Rafael a esta hora es válido puesto que es la hora gris en que se ha ido la
noche y el día aun no ha llegado, hora de indefinición en que todo está
permitido puesto que las acciones y palabras a esta hora adquieren una
naturaleza volátil, se tejen con un hilo de baba transparente que el sueño,
tarde o temprano llega el sueño, hace el favor de olvidar. Si le escribo va a
ser la última vez que le escriba como va a ser la última vez que coma chocolate
o que fume tanto de madrugada, la naturaleza etérea de la madrugada y luego el
olvido hacen que siempre sea la última vez.
En
la escena que monto me confundo con mi personaje y no se si me estoy desnudando
o poniendo un montón de trapos de colores encima, escribir es fácil,
tremendamente fácil, más fácil de lo que dicen en las academias, los talleres
literarios y en lo programas de televisión, es tan fácil como tomar mate o
fumar, tan orgánico como la caca, desnudarse también es fácil. Jodido es cuando
nos volvemos a poner la ropa y caemos en la cuenta de que hemos estado
desnudos.
Lo
importante es no creerse el cuento de que esa voz apesadumbrada y literaria
somos nosotros. Lo importante es no identificarse con las palabras, nosotros
somos sin palabras, este escribir es pura manía y pura maña. No siempre
escribir es pensar, no es vernos reflejados en un espejo, es más bien una
locuacidad, un parloteo mental, fondo blanco de cañería. Como sentarse en el
inodoro y masticarse las uñas, eso es.
“¿Vamos
a desayunar?” Le escribo a Rafael, lo
necesito para mi cuento. Necesito que me responda para que mi cuento avance.
Eso es cruel, es canibalismo. Siempre se puede armar más cigarrillos y calentar
más agua para el mate pero necesito que mi escritura avance, se desarrolle, no
pido líneas ascendentes, inicio, clímax
y desarrollo, solo una punta de hilo para salir de la circularidad
autorreferencial y pasar al espiral.
Con
un escribir espiralado me conformo, eso ya es salir del laberinto de metáforas
que no hacen mas que nombrarme con muchos nombres, circularidad autodenominativa,
tautología. ¡Un antónimo señores! Por caridad, un antónimo. La regla es que de
los laberintos se sale por arriba, volando. Yo ahora me coso alitas de papel crepe
y salgo volando por mi coronilla en viaje astral.
“¿Vamos
a desayunar?”. Escribir mensaje. Agregar número desde agenda. Mensaje enviado.
Sin expectativas, sin esperar respuesta. Sospechando que me voy a desayunar
conmigo misma y esta historia. Una piedra arrojada al agua, aunque no haga
ruido, siempre forma ondas concéntricas y eso ya es algo. Lo necesito a Rafael
para esta historia, hacer carne con la palabra o de la carne hacer palabras, lo
mismo da.
Canibalismo
dije. Un amigo me explicó que cuando la Pizarnik empieza a desear crear con su
propio cuerpo el cuerpo del poema está al borde de la neurosis, identificación
total con la palabra. En una entrevista a Marguerite Yourcenar decía que luego
de años se había dado cuenta de que se trataba de leer para aprender a vivir y
de vivir para aprender a leer. Entonces también se trata de escribir para
aprender a vivir y viceversa.
Invitar
a desayunar a Rafael un domingo de madrugada, fantasear con un encuentro que me
de tela para esta historia o al menos el trampolín para saltar del laberinto,
es pretender tener el control, mis horas bajo control, la escritura bajo
control.
Deseo
de control inútil. Invalidación por la palabra y la acción del don de fluir,
esto me genera retención de líquido y acentúa mis ojitos de rata y mis cachetes
como panes ansiosos de que alguien les hinque el diente.
¿Pero
cómo saber cuándo se está fluyendo y cuándo se está queriendo controlar todo si
estoy accionando sin expectativas?
Arrojo
la piedra, me doy vuelta y me voy caminando despacio, esperando oir su ruido.
No se trata de una gran odisea esperar que alguien responda un mensaje
telefónico, no es un gran clímax, después de Rayuela es difícil esperar grandes
hazañas literarias, sin embargo ahí afuera señores pretender desayunar café con
leche y queso a las seis de la mañana de un domingo de invierno, en el bar
frente al San Martín, con un desconocido al que se me ha dado por llamar
Rafael, no deja de ser una hazaña, un ombligo revolucionario.
No
deja de ser una hazaña disfrazarse con la pollera gitana, las botas con
corderito y el saco gigante que era de la nona que era de mamá que era de la
nona e ir a desayunar sola. Pedir café con queso es una hazaña revolucionaria
pequeñoburguesa, un consuelo dadaísta de ciudad, como lo es vestirse entre
estrafalaria y vintage y convencerse que eso va a compensar los ojos de rata y
los cachetes de pan. Digamos que se trata de un fluir encapsulado.
Me
fijo en el teléfono, fiel a mi paradoja de tirar la piedra y darme vuelta y
hasta taparme los oídos, lo he puesto en silencio. Ahora sí me fijo porque mi
insomnio y mi historia deben continuar. Tiro el teléfono a la mierda y me
siento una pelotuda. Al carajo con la poesía, al carajo con las palabras ¡Viva
Bukowski! ¡Muera Mallarmé!
Me
debato entre comprarme un kilo de bizcochos o seguir escribiendo, ha sucedido
lo que esperaba que sucediese, ley de la atracción en reversible, temor
materializado. Rafael no responde, silencio, del otro lado hay en silencio. Me
entrego en bandeja con una manzana en la boca y la manzana está pelada. Me
siento un tanto acosadora. Lo mismo me ha sucedido con el rastafari, el chico
de ojos azul miel, el francés, el italiano, el lacaniano, el albino, Michel y
Kevin. Se han convertido en carne de mi prosa, materia prima de mis palabras.
Ok, hasta ahí vamos bien. Pero no se ha cumplido el mecanismo inverso, escribir
no me sirve para la vida, nada de lo que sucede en estas hojas se cristaliza
ahí afuera, del otro lado de la ventana. Una y otra vez las circunstancias me
mandan a buscar adentro, deportada una y otra vez a las palabras. ¿Y los
cuerpos para cuándo?
Es
como dice la canción de Tan Biónica “algo habré perdido que ando tan
comprometido en buscar adentro tuyo algo que está dentro mio”. De Yourcenar al
pop, bien jodida estoy. Eclecticismo de poca monta. Pero a qué intelectualismo
estoy jugando, se trata de la libre asociación de la conciencia a las seis de
la mañana. Combinación de ambos hemisferios cerebrales. Mi corazón está hecho
de vinilos de los Beatles y libros amarillos de humedad de una madre con
paradero desconocido. Me estoy recreando. Me estoy parodiando. Me estoy
justificando.
No
se justifique señorita, crea, diga, haga. No se justifique. Ok, hay que
calentar la pava. Y si sigo escribiendo es porque hay una puta esperanza al
fondo, la perra esperanza que me mira desde el fondo con ojos lánguidos, perro
pasado por agua. La persistencia. La palabra que se dibuja es persistir.
Entonces quizás aun me escriba Rafael, aun salga algo que valga la pena de todo
este palabrerío. Si considero, o imagino, todos los que están en mi misma
situación a esta deshora del domingo empiezo a sentirme universal, y
acompañada.
Bueno
ya está, le puse volumen de nuevo al celular, puse la pava, hice pis, armé otro
cigarro, le cambié la yerba al mate, prendí un sahumerio. Podría quemar todas
las naves, mandarme a cuarteles de invierno, comprarme un kilo de bizcochos,
dar el domingo por perdido y esperar que la digestión me adormezca. Pero y qué
si Rafael me respondiese a las nueve de la mañana, qué si me estuviese
reservado un domingo de puro sexo. No es imposible. Hay que estar preparada,
dispuesta a la palabra como a la acción, a menudo me ha sucedido guardar la
espada y que aparezca el dragón. Sin embargo no se trata de un combate esto,
nadie debe morir, suficientes velorios he tenido ya. En todo caso es más probable
que se convierta en el fragmento del diario de una adolescente pajera, y no uso
el término “pajera” de modo peyorativo. Juana de Arco de salón. Sor Juana de
bidet.
Una
chica sale con cara de culo y el maquillaje corrido del departamento de su
novio en Nueva Córdoba, el tipo estaba duro de merca y no se le paró ni un
poquito. En la parada del A6 tres travestis le convidan un porro a un pibe que
llora porque el novio lo acaba de dejar. Dos amigas desayunan en una estación
de servicio descubriendo que a las dos les gustó el pibe que tocaba la bata en
la fiesta y menos mal que ninguna se animó a hablarle porque iba a ser para
bardo, a escondidas de la otra cada una piensa en como le clavaba la mirada el
pibe y no ven la hora de conectarse al face para agregarlo, mientras tanto
hablan de lo lindo que sería encontrarse a Johnny Depp de tapado negro y sombrero gris para
invitarlo a hacer un trío. Una rubia platinada decidió que iba a llegar al
fondo de ella misma, se pintó los labios de rojo, se planchó el pelo, se puso
un vestido sin bombacha abajo y llegó hasta el fondo de una botella de baileys
que le costó la plata para vivir el resto de la semana, ahora le pesan los
párpados y se masturba acurrucada en la cama.
Yo
me puse a escribir y le mandé un mensaje a Rafael. Algunos son capaces de vivir
en un estado de enamoramiento sin necesidad del amor físico, son capaces de
escribir bellas frases de amor abstracto sin tener frente a si al objeto
deseado, de alguna manera este es el verdadero amor: inespecífico, porque si,
un estado que se experimenta sin necesidad de cristalizarse en posesión o
pretensiones de obtener algo a cambio. Raras noches soy capaz de vivir el amor
de ese modo, era capaz a los diez años cuando escribía poesías en las que
abandonaba a hombres que nunca había conocido, en las que hablaba de amor y
desamor con un desapego y una nostalgia espeluznantes, quizás vestigios de
alguna vida pasada, vaya uno a saber. Pero ahora yo necesito del amor físico,
reniego de la idea de ser una asceta o un puro espíritu, necesito pellizcar,
morder y acariciar, el deseo se me sale por las puntas de los dedos. Nadie va a
hacer por mi la tarea, nadie va a ser por mi y sin embargo la ansiedad del
vientre y los labios que me muerdo inconstante delatan ante mi misma la
esperanza de encontrar un otro que me desenmascare y me redima. Aun sintiéndome
carente, aun sintiendo a la escritura (¡y a toda la literatura buena y mala de
este mundo!) entre autenticidad y
placebo, hay un inmenso disfrute en todo esto, sigue siendo un chocolate entre
los dientes.
El
disfrute viene sobre todo cuando caigo en la cuenta de que no soy estas
palabras, la ventana está abierta y puedo salirme por ella cuando quiera. Al
fin de cuenta las palabras no son el mundo, yo ahora me monto a caballo en el
umbral de la ventana y empiezo a pasar lista a todas las cosas que me gustan,
fumar un cigarrillo a la salida del cine (aunque no todo tiene que ver con
cigarrillos en mi vida), ir al cine sola a ver películas largas y lentas, ir al
cine acompañada a ver el mismo tipo de películas y que el que vino conmigo
tenga ganas de putearme o que se levante y se vaya, no usar despertador,
prender una vela mientras como, hacer brujerías, hablar con mi planta de menta,
ir a la compra-venta de libros y cambiar un montón de libros viejos y aburridos
por libros nuevos, pasear de la mano con M, acariciar a los perros de la calle,
ir a la feria de cosas usadas e inútiles, morder una almendra por la mitad,
llorar mucho y tenerme mucha lástima y mucha pena y después salir a
emborracharme y sentirme fantástica, comprarme un esmalte de uñas de un color
que no tengo, ir a las hamacas.
Ahora
si, estoy harta de mirar por la ventana, harta de mis delicadezas de porcelana
invisible, harta de mi colección de bolsillo de cosas que me gustan. Puaj,
onomatopéyico y contundente puaj puaj, nausea, alguien sería tan amable de
arrancarme la piel por un rato. Ya es pasado el mediodía, miro por la ventana
del bar, me dormí escuchando Sergue Gainzburg, soñé que era un ángel encargado
de cuidar a mi madre y que mi misión ya había terminado, había empanadas árabes
mal armadas por un hipotético hermanito en el sueño, desperté con los pies
helados y el cuello duro culpa de la ventana abierta. “Un café con crema en
jarrito puede ser” dice ahora mi voz de garza (¿cómo es la voz de las garzas?)
a la “flaqui” del bar. Es claro que pido un café, no dos, por lo tanto es claro
que Miguel A no ha aparecido, hoy ya no
se llama Rafael, se llama Miguel A.
No
es lo mismo café con crema que café con leche. Café caliente y café frío son
mucho menos lo mismo. No es lo mismo cigarrillo armado que un felipe morris y
aún menos es lo mismo Rafael que Miguel A. A Miguel A le doy el beneficio de la duda, quizás me
llame.
Mi
miedo es ser seca y frígida, asi que me he hecho una idea sensual, pulposa, de
la escritura y de todos aquellos oficios mas o menos abstractos, mas o menos
inútiles, con los que coqueteo. Una fruta de carne, entre amarilla y
anaranjada, un gemido bucólico.
Debería
dedicar un día entero al ayuno y al llanto, lo voy a hacer cuando termine de
escribir, es decir cuando ocurra un desenlace más o menos aceptable respecto a
Miguel A, o cuando ocurra algo, lo que sea.
He
prendido una vela, la vela que uso para meditar y encender un cigarrillo de vez
en cuando, me mantengo crédula y escéptica frente al fuego. Es lunes de mañana,
suena Sigur Ros, no he tenido noticias de Miguel A, su comportamiento no varía
respecto del de Rafael, es natural, son la misma persona y mi cambio
denominativo no sirve para modificar su actitud, eso también es natural y lo
agradezco porque vaya a saber qué fuerzas desencadenaría si me fuese concedido
cambiar el comportamiento de las personas cambiando sus nombres. Nada de vudú
en estas hojas. La literatura (o este oficio de escribidora o como quiera
llamarse) acá se queda, lo que yo haga en esta hoja acá se queda, de este lado
del postigo, aun si la escupo o la quemo, acá se queda, yo miro por la ventana
y escribo, miro la vela y escribo. Claro que a veces cual Alicia caída por el agujero
pierdo noción de las medidas y me como el pan que me hace demasiado grande o me
bebo el jarabe que me vuelve demasiado pequeña, entonces no puedo mirar ni
pasar por las puertas y ventanas o paso y miro en exceso, más de lo que mi alma
y mis ojos estás dispuestos a soportar. Como siempre desde los griegos se trata
de hallar la exacta medida, el justo medio, la bendita proporción.
Se
trata de una orfandad metafísica, una nostalgia que es más vieja que mi
corazón, karma, posición de los planetas al nacer, vidas pasadas, fase anal mal
superada, inconsciente colectivo, cicatrices antes de cumplir los tres años, shock
de parto, vaya uno a saber. Es esa vieja angustia o dolor no localizado, un
temblor y unos ojos de pájaro, mirándome desde el fondo del espejo, húmedos de
deseo. Se trata de estar conmigo, tocándome con la punta del dedo índice, el
corazón parado de puntitas. No quiero alimentar este estado, esta emoción, pero
tampoco disfrazarlo, esto también pasará, como el reflejo de las nubes sobre el
agua, por eso no voy a llamar a Leonardo puesto que no deseo actuar desde la
carencia, sin embargo sería tan fantástico un cuerpo que cubra como una frazada
de polar mi orfandad metafísica de esta noche. Ahora el teléfono va a sonar,
ahora van a tocar el timbre, recurrente deseo de un otro que sepa cucharear.
Madame Bovary de invernadero estoy echa. ¿A quién llamar? ¿A quién invitar ir
por un café y un poco de queso? ¿Quién se ofrece? Claro que no acepto cualquier
cuerpo, mi deseo es hacia una cuerpo específico, no hace falta que lo nombre
pero vuelvo a nombrarlo por si acaso lo invoco, mi deseo es hacia Leonardo y
hacia nadie más, hay un poco de gata flora al fondo de las medias en el deseo
unidireccional, caprichoso y negado a considerar otras oportunidades, pero un
tipo que conocí una noche entre cerveza, maní, varias gansadas y preguntas
tontas, me dijo que cuando una mujer lograba elegir al hombre que quería,
escogerlo y señalarlo de entre el montón, podía elegir su vida, curiosa
analogía a la que ahora me aferro.
Apenas
son las ocho de la noche y yo tan alarido y cigarrillo, estoy dramatizando.
“Esto también pasará, esto también pasará” repetido como quien pasa las cuentas
del rosario rezando el Ave María. Hay mucha sensualidad en este montaje, el
mantel a cuadros rojos y blancos, la vela violeta, Gainzburg, el pucho, las
calzas rojas puestas al revés. Le pido al fuego que me cure. Pero no estoy
inválida, puedo ir a donde desee, coger con quien desee, sin embargo la niña
Bovary no cogería con cualquiera, sólo con Leonardo, o con alguien que aun no
me ha sido revelado, en todo caso no lo haría ni con Kevin ni con Michel. Ayer
me lo crucé a Michel, me gustaría que se aparezca ahora pero bastaría con que
estemos frente a frente para reconocer nuestras respectivas soledades
friccionando, chocando, y preferir dar media vuelta e irse cada uno por su lado
silbando bajito. Por favor comprendan que este es un intento de fidelidad a mi
misma, no histeria ni neurosis.
Anhelar
otro cuerpo no deja de asombrarme, no deja de asombrarme la atracción de los
cuerpos bajo las sábanas, sobre todo en invierno, sobre todo en tristeza. Me
acurruco en la cama y miro, no puedo dejar de hacerlo, hay gente que se dedica
a mirar panteras, a mirar autos, a mirar tele, a mirar otra gente, yo miro el
fuego, el poster de Marilyn, el humo, la pared blanca, mis manos, el celular,
mucho me gustaría tener un par de ojos frente mío para mirar ahora. He dado por
perdido a Leonardo pero por salvadas estas hojas, su ausencia ha creado la
presencia de estos renglones, asi que le agradezco a Leonardo el silencio que
en mi ha creado. El silencio es este sosiego brotando desde el cuerpo ahora,
cuando la prosa acaba, acaba el movimiento de la mano sobre la hoja y sólo va
quedando un sorbo de mate, una última mirada a la cama que ya no queda grande,
un mordisco de manzana, una seca, Aristimuño cantando en el epílogo. La fiera
está saciada, el rito caníbal se ha cumplido, la pantera se relame echándose de
bruces satisfecha.
Ya
juzgarán ustedes si esto se trata de una masturbación, un striptease o un
cuento. Únicamente puedo afirmar que una vez, hace mucho, cuando mamá murió,
escribir me salvó y esta vez me va a volver a salvar.
Vomita
baileys y bilis la rubia platinada. En la parada del A6 los tres travestis desayunan
porros y choripanes con el pibe del corazón partido. Dos amigas averiguan
cuánto cuesta viajar a Hollywood. Y yo hago el amor con Jhonny Deep.