sábado, 15 de septiembre de 2012

Verle la cara a dios


Verle la cara a dios

Me gustaba comerme una manzana y salir a mi vida a mi día,
iba la tristeza pedaleando sobre mis vísceras
entre lo gris y lo cemento de mi ciudad,
la costumbre del sexo amortajado (enmudecido) por falta de amor
nostalgia de sentirse un cuerpo que piensa:
palabrear mucho, acariciar poquito,
la esperanza de un beso que despierte un hada, un batir de alas, en cada poro
que a cada trozo de carne regale un boleto de ida sin vuelta al infinito.

Entonces, en el lugar común del momento menos pensado,
en la cotidianeidad de lo inesperado sucedía:
dos brazos rozándose en el colectivo
un dedo tocando una espalda en la fila del banco
dos caderas chocándose a punto de cruzar la calle
y el secreto ruego de que retrace su rojo el semáforo
y el paso de los peatones se postergue.

Luego, en algún momento, tarde o temprano, hacía el amor
como las telenovelas y los psicólogos mandan que hay que hacer el amor
para que no sea perversión:
sin gente alrededor, sin ropa, con grititos
con concentración en lo que se hace porque es cosa seria
y resultaba insulso, desilusionaba.

Cuando había sido tan bello hacer el amor por ahí
al calor de la mucha gente, la cabeza medio distraída en algún pago
y dos brazos rozándose por casualidad
o dos manos tocándose accidentalmente
y entonces el nacer del puro sexo, la pura gloria, verle la cara a dios,
la certeza de que en esa parcela de segundo
un desconocido y yo hacíamos del amor algo tan descarado
tan poca convención y tan eternidad de estrella.

Y avanzaba la cola y el amor se desvanecía,
 se apagaba la estrella.

Una noche



Zoroastro, amigo mío, pensión y luna de mis tristes alturas, yo sé muy bien que sabrás comprender esta angustia desde la que te invoco, hay una gota de sangre negra derramándose en estos momentos, una tristeza pronta a ser acallada, enmudecida, enterrada viva. No se me ocurre más que recurrir a vos mi querido Zoroastro, a estas horas se me va a cada rato la cabeza y no sé por cuanto tiempo más voy a poder dominarme asi que ya sabrás perdonar si de súbito me interrumpo Zoroastro, mi bienamado, mi cabeza de león, mi muchacho; comprendeme que estoy acá aún contra mi misma puesto que me braman las entrañas por ir corriendo al lado del que me está llamando, pero no puedo Zoroastro, no puedo y el corazón destila su gota negra, espesa, abominable. Y perdoname que use esta palabra: abominable, perdoname la pasión, vos me conocés Zoroastro, sabés lo mucho que me importa la circunspección en el lenguaje, sos testigo de como me irritan los barroquismos, la exageración, la melaza literaria ¿te acordás del congreso en San Petersburgo, como me alteró la ponencia de ese Smith sobre la inspiración? ocurre que las circunstancias me han superado Zoroastro, por primera vez en mi vida me siento fuera de control, fuera de mi, no hallo el sosiego necesario para los reparos del lenguaje, el lenguaje Zoroastro, esa casa segura, me ha abandonado, estoy a la intemperie, sospecho que de un momento a otro voy a perder toda capacidad de comunicación con el afuera, a duras penas intento seguir con esto. Tengo miedo Zoroastro, intento dominarme pero tengo miedo, hace muchos años que no sentía este frío en la espalda, estos pinchazos en la panza, tengo miedo de quedarme adentro de una caja cerrada sabiendo que él me llama me espera y yo imposibilitada para toda voluntad. No estoy en ningún lugar definido ahora y sin embargo creo estar en todos ellos a la vez, soy un puro interior, inquieto, ardiente, el afuera no existe sino como noción que hace más apremiante el encierro en el cual todos mis movimientos son gestos inútiles que me hunden más adentro más adentro ¿te acordás esa imagen que usa Cortázar y que siempre comentábamos? el pájaro que con sus aleteos desesperados de fuga teje la malla que lo encierra, así me siento Zoroastro, yo soy la jaula y el pájaro, un lugar común, nunca pensé que llegaría a decirte estas cosas tan berretas; ya no hay retorno Zoroastro, el tiempo está encaprichado en no correr en no pasar y lo único que me da un poquito de consuelo es el sorbete verde y violeta y la coca que me estoy tomando con él, siempre me gustó el verde y violeta, vos lo sabés, la coca también, no te sorprendás, ya se que una gaseosa no va con mis ortodoxias alimenticias pero en momentos como este el cuerpo dispara para cualquier lado y he pensado que acaso las burbujas en la lengua me tranquilicen un poco, ya podés ver a que pavadas me estoy aferrando Zoroastro y ni siquiera me da vergüenza contártelas.
Tranquila chiquita tranquila, las mejores cosas le suceden a los que sienten y no sienten del modo en que tu estás sintiendo y no sintiendo ahora. Creo que te vas a sulfurar un poco al ver que uso el tu pero es que estos meses en España me lo han pegado como chicle a las muelas, no puedo imaginar si te estás sulfurando más por el tu o porque te digo chiquita, qué importa, ambas cosas van bien con el tono protector con que pretendo envolverte ya que no pueden estar mis brazos para hacerlo ni puede estar mi mirada para calmarte el ansia, las palpitaciones exageradas, no me queda mas que este tu y este chiquita para sentirme cercano y esperar que, a pesar de tu estado, no estés tan ida como para que te pasen por alto estos usos del lenguaje que se avienen tan mal con tu estética y entonces te sulfuras y quieres dejarme, irte, no seguir y a fuerza de pensarme me materializas y me haces aparecer ahí, frente a ti, para pegarme un par de puñetazos blandos  en el pecho como te gusta hacer cada vez que te enojas conmigo, pero te pido que postergues tu enojo y que me sigas, haz una suspensión provisoria del asunto a lo cartesiano y sígueme chiquita que quiero que sepas que finalmente fui al Museo de la Reina Victoria , después de postergar el asunto por un par de meses con miles de vueltas y excusas, junté fuerzas, hice el viaje hasta París, llegué una tarde justo antes de que el museo cerrara y lo encontré, en la última sala frente a la copia del grabado de Durero tal como nos había dicho el viejo, ahí estaba el retrato, pintado al óleo sobre una tela de sesenta por noventa con un marco de madera tallada, ahí estaba chiquita el retrato de la mujer con cabeza de caballo, se me heló el corazón al verlo sobre todo al advertir el contraste de la cara con las manos que resultan tan humanas; el año en que está pintado coincide con lo que habíamos pensado: 1911, está junto a la firma del pintor en el ángulo de abajo a la derecha, un tal Pedro Valladolid , arriba de la cabeza de caballo sobre fondo verde oliva está pintada una cinta con el nombre de la retratada, la cinta es color crema y la sostienen dos mariposas negras, entre las manos la mujer tiene un pliego de papel en el que se lee un rezo en español, esto junto con el nombre de ella y el del pintor no hace mas que confirmarnos su  procedencia, me gustaría estar contigo en este momento para ver cómo te va cambiando el brillo de los ojos a medida que te cuento esto, no se si contribuyo a mejorar o por el contrario alimento tu estado actual pero ambos empezamos con este asunto y me parece justo que conozcas lo que al respecto está sucediendo. Sobre todo ahora que el círculo empieza a cerrarse mi entusiasmo va en aumento.
¡Zoroastro, Zoroastro, Zoroastro! A la mierda con vos Zoroastro, parece que en vano invoco tu nombre y sin embargo te sigo nombrando a ver si te conjuro, si te anulo y anulo todo lo que decís ¡Zoroastro, Zoroastro! No estoy jugando Zoroastro, sos un cabeza dura, un caprichoso, sos un boludo Zoroastro, el círculo se cierra, claro que se cierra, a velocidad vertiginosa se cierra y es de fuego el círculo y nosotros nos quedamos encerrados adentro y nos quemamos Zoroastro, yo ya estoy sintiendo el olor a carne chamuscada, no me gusta nada de nada lo que sucede.
Veo chiquita, y discúlpame que insista en este trato, que ya no me nombras tu pensión y luna. Veo que no te has enojado por ninguna de las cosas que imaginaba sino por lo que te conté esperando secretamente que fuese motivo de tu alegría y te hiciese dejar de lado toda esa especie de gran vacío interior en el que pareces haber caído por no poder ir junto a él, bien sabes que se trata de una imposibilidad, ¿entiendes chiquita? una im-po-si-bi-li-dad, por lo tanto es inútil que sigas revolcándote en ella, estás poniendo pasión donde no hay lugar para tal cosa, no quise decírtelo antes porque te notaba sensible, evité cuidadosamente el tema, pero el corazón merece destilar gotas negras por mejores causas, no quiero ofenderte aunque parece que ya te ofendí con lo que pensaba te iba a remontar de ese círculo enfermizo en que pareces andar, te lo digo: estás exagerando querida, te desconozco, sola te has construido un círculo del que no puedes salir pero tampoco tienes ganas al parecer. Traté de ser complaciente con vos – y creo que ya me saqué de encima el tu que tan mal me viene sonando en la cabeza- traté de ser complaciente con vos porque al fin y al cabo estoy lejos y la distancia desdibuja y cambia la dimensión de las cosas y acaso me estoy equivocando, hice un esfuerzo por ser amable y vos como toda respuesta no hacés mas que insultarme. ¡Reaccioná chiquita!, sola te estás encerrando, nada tiene que ver que haya encontrado el retrato, nada tiene que ver que, tal como nos contó el viejo, en vez de una cabeza de mujer la retratada muestre una cabeza de caballo blanco con los labios pintados de rosado y que la sangre se hele al verlo, nada tiene que ver con tu círculo el nombre de la mujer caballo escrito en la cinta color crema entre las dos mariposas, el nombre que el viejo no se acordaba y que no te dije, intencionalmente no te dije para crear un poco de suspenso porque esperaba que me lo preguntases, solamente eso estaba esperando, que me preguntases qué nombre estaba escrito en la cinta, nada más, después podías descargar sobre mí todos tus enojos pero primero tenías que preguntes ¿cuál era el nombre?  ¿cuál era el nombre?  ¿cuál era el nombre?  ¿cuál era el nombre?  ¿cuál era el nombre escrito en la cinta color crema, entre las dos mariposa negras? ¿cuál era el nombre de la mujer con cabeza de caballo? se suponía, y no creo ser pretencioso con esto, que varias veces tenías que preguntármelo insistente  ¿cuál era Zoroastro? decime cuál, cuál.
Estás siendo orgulloso Zoroastro, no me gusta, muy en contra mío te respondo Zoroastro pero por todo lo nuestro, por consideración con nuestro pasado lo hago, también para que veas que nada tengo que ver con la idea que a la distancia te hacés de mi, que para nada soy esa chiquita a la que te falta cantarle una canción de cuna; a vos no te importa saber que él me está esperando, que me necesita, lo llamás imposibilidad y punto, mirá Zoroastro mi alma está fea, fea por donde la mires y todo lo que hago y digo es un intento de desmarcarme de ese lugar mio que siento horrible, que me hace fruncir la nariz y el ceño, ahí la gota negra, la tristeza negra que necesito enterrar y todo esto sin que él lo sepa; no quisiera compartir estas cosas con vos porque me doy cuenta de tu incomprensión, la imposibilidad está en vos Zoroastro, es tu incomprensión, pero te las cuento, a pesar mío te las cuento para que podás ver lo poco que me importa tu visita al Museo de la Reina Victoria y ese nombre y lo mucho que me asusta que llegue a importarme tanto como a vos.
“(…) la autodramatización está a un paso del ensimismamiento voluntario y el autobombo desvergonzado de la cultura del narcisismo.”  Espero que no te ofendas más de lo que ya lo estás chiquita, a pesar tuyo chiquita, pero leía una nota sobre los límites entre realidad y ficción, lo escribe una crítica de apellido musical: Kakutani, lo que la nota dice no viene al caso pero al llegar a este final de oración no pude evitar pensar en tu círculo, no te tomés a mal lo de narcisismo pero es cierto que estás autodramatizando, deberías pensar en el retrato en nuestra investigación.
El insensible de siempre, te importa más esa mujer con cabeza de caballo de un siglo atrás que el pichón Bermúdez pudriéndose ahí adentro, cuando te hablo del círculo en que vamos a quedar encerrados Zoroastro me refiero al círculo de nuestro juego y yo no quiero quemarme con ese fuego, me espanta la idea de quedarme fuera de la realidad por una investigación tonta, de bolsillo, sobre todo me espanta quedarme fuera de la realidad en que está el pichón, por el estado en que él se encuentra ahora ya no puede participar de todo esto y entonces no me parece justo porque la historia la conocimos los tres, la investigación la comenzamos los tres, asi que no creo estar autodramatizando, esa palabra tan pomposa que usás. Mi tiempo ahora espera todo el tiempo alguna señal del pichón y no porque esta señal sea una imposibilidad casi voy a dejar de esperarla, en ese casi estoy viviendo, ahí está puesta mi esperanza; se que no puede hablar por teléfono, mucho menos salir de allí pero no puedo dejar de pensar en telepatía, señales de humo o una paloma mensajera, vos sabés tan bien como yo todas las veces que el pichón tuvo miedo de quedar sin nada que lo uniese a la vida concreta, entregado a su alma y sus huracanes, el miedo a un día despertar del otro lado de las cosas y te lo estoy diciendo usando las mismas palabras que él usaba. Al final le pasó y yo me quedé al fondo de mi caja sin poder saltarme para ayudarlo y dejé que se lo llevaran, eso no me lo perdono; y ahora Zoroastro lo menos que esperaba es que me preguntases por él, así como vos esperabas que te pregunte por el nombre de la mujer del retrato yo desde mucho antes esperaba que me preguntases ¿Qué le pasa al pichón Bermúdez? Y, te lo repito, no creo que esto sea autodramatizar.
Te desconozco chiquita, creeme que te desconozco ¿dónde quedó todo el entusiasmo, la certeza de tener algo grande entre las manos? esa certeza que en vos era aún mayor que en mí, conseguiste ponerme nervioso, hoy en mitad de la clase me puse violento con un estudiante sin ninguna razón en particular y tuve que salir para mojarme la cara, fumarme un cigarrillo y tomarme un alplax, comprendo que ya no comprendo lo que en un principio creí comprender, me refiero a lo que pasa allá en Buenos Aires, conseguiste desgastarme chiquita, no entiendo nada –ahora soy yo el que cae en lugares comunes-, fijate como me pusiste que me arrancaste el tu, ya no me sale usarlo ni de broma, como venía haciendo para pincharte un poco nomás. Voy a intentar una vez más convencerte, recordarte la historia del cuadro, a ver si volvés a dimensionar la importancia del asunto, algo que va más allá de una simple investigación de dos profesores aficionados. Hace cuatro meses fuimos a la biblioteca de la Escuela de Artes a buscar algunos datos sobre el grabado Melancolía I de Durero para salir de una duda que había surgido en la clase sobre los instrumentos de medición que aparecen en la obra, cuando el viejo Soto supo lo que buscábamos, mientras nos bajaba un par de libros, nos contó que su abuelo era grabador y había hecho una reproducción del cuadro para un modesto museo de París, el viejo se entusiasmó y nos contó que en ese mismo museo estaba el retrato de una mujer española con cabeza de caballo blanco, su abuelo había pensado que se traba de una ironía del pintor pero un día estaba en la sala del museo retocando su Melancolía y ya cerca de la hora de cerrar había entrado una mujer vestida con mucha elegancia pero con la cara cubierta con un velo y el resto de la cabeza envuelta en un turbante, la mujer se paró frente al retrato de la mujer con cabeza de caballo, lo miró unos pocos segundo y se fue; Soto contó que el abuelo aseguraba que la sangre se le había helado al entrar la mujer, quedó duro con los ojos clavados en su trabajo, recién cuando la mujer salía consiguió moverse y entonces alcanzó a ver asomando por debajo del turbante unas crines blanca, esta visión alteró muchísimo al abuelo de Soto, se había pasado varios meses encerrado en la pieza que por entonces alquilaba en París, sin poder hablar, en cambio de eso rebuznaba; después de tres meses de encierro se había vuelto a la Argentina, abandonó el grabado se hizo banquero, se casó y nunca más volvió a hablar del asunto hasta que, ya en sus últimos años, le contó la historia al nieto. Es un poco tonto que te repita todo esto que ambos supimos al mismo tiempo chiquita y seguro te estoy cansando pero quiero remontarme a cómo comenzaron las cosas a ver si así te remonto, te saco de ese fondo de vos en el que decís estar y volvés a compartir la alegría conmigo. Acordate como nos quedó zumbando la historia en la cabeza, todos los virginia slim de esa noche, las especulaciones, las hipótesis, que si se había tratado de una alucinación del abuelo de Soto, acaso andaba sugestionado, acaso su cabeza ya venía trastabillado y la supuesta mujer caballo que entró al museo había sido una proyección de su mundo mental, lo más probable es que se tratase de la obra de algún surrealista, eso en el caso de que el cuadro existiera y no fuese invento de un chochera porque la historia se la había contado el abuelo a Soto ya de viejo, en el mejor de los casos podría haber entrado una mujer con la cabeza cubierta y eso que el grabador tomó por crines bien podían ser canas, al fin de cuentas era el único signo que había visto que le remitiese a una cabeza de caballo y unos pelos blancos y un rostro cubierto no eran cosa tan contundente; había demasiadas explicaciones lógicas y muchos ruidos, por ejemplo qué hacían en una misma sala un retrato tan excéntrico y una copia del cuadro de Durero sin coincidencia aparente de tema, época, estilo. Pero algo nos seguía y seguía dando vueltas, acordate chiquita como caminabas de una punta a otra de la pieza retorciéndote los dedos, te tomaste sola casi una botella de coca cola como nunca lo hacés, yo me puse a buscar en internet, en el remoto caso de que hubiese existido una mujer con cabeza de caballo se trataría de algo extraordinario, debería estar registrado, mas si había llegado a ser retratada, debía figurar en la lista de fenómenos de la humanidad junto al hombre elefante, las siamesas, la mujer barbuda, los enanos, pero nada; Soto nos había dicho que el abuelo no recordaba la fecha exacta en que estaba firmado el cuadro pero era por el 1900, tampoco supo decirnos por qué decía el abuelo que la retratada era española. Acordate chiquita, acordate como hicimos el amor esa noche, no se si por la coca mezclada con vino más tarde, si por ese algo de misterio que empezábamos a compartir o porque se desató una tormenta terrible y a vos siempre los truenos y los rayos te excitaron, acordate qué salvaje qué despiadada estuviste conmigo esa noche, me llamabas gato de agua y de repente te quedaste dormida entonces yo me bañé, preparé café y pasé el resto de la noche sentado al lado tuyo en la cama, con la notebook, tratando de encontrar alguna pista que nos diese permiso para creer en esa historia, algo que nos demostrace que de algún modo anclaba en la verdad, que no era puro trastorno mental o chochera de viejo; a lo único que llegué fue a confirmar que efectivamente existía el Museo Reina Victoria, una vieja casona con no mas de cincuenta obras, la mayor parte de ellas copias, cerca del Pont Auverge en París, al parecer también era cierto que entre las obras había una reproducción del Melancolía I de Durero, no era poco. Acordate que te despertaste cerca de las ocho de la mañana y yo te dije chiquita y vos frunciste la nariz como lo hacés cada vez que te llamo así porque te sentís puesta en evidencia me parece y te conté lo que había averiguado, vos entonces me contaste que habías soñado con la mujer cabeza de caballo, parecías asustada, me pediste que te abrazara y que prepara café y nos olvidáramos de esa historia, cuando nos encontramos para almorzar al mediodía habías cambiado de opinión, me dijiste que algo teníamos que hacer con eso de la mujer con cabeza de caballo, que no sabías muy bien qué pero tenías el presentimiento de que algo iba a suceder con eso; no pude menos que creer en que eras bruja cuando a la tarde me llamó Estévez para que me hiciese cargo por un cuatrimestre de la cátedra de Estética como profesor invitado, qué mejor excusa para viajar a España y sin embargo fijate que pasó mucho tiempo, que anduve haciendo mucho el sonso hasta que al final me animé a ir hasta París para ver si existía el cuadro. Vos en cambio chiquita no dejaste de perseguirme con que tenía que ir a ver, ir, cada vez que nos hablábamos por teléfono, en los mails, todo el tiempo, todo el tiempo me insitías con que tenía que ir a ver el cuadro hasta ahora en que al final junté coraje y fui y vos de repente cambiás de parecer y me hablás de esto como una investigación de aficionados, una vanidad. Estarás harta, frunciendo la nariz como conejo, sin terminar de entender por qué me gasto en contarte todo esto que vos sabés tan bien como yo, que es algo que vivimos juntos; te lo cuento chiquita porque parecés haber olvidado esa sensación que compartimos, los preparativos del viaje, el entusiasmo por la mujer caballo, los interrogatorios a Soto para conseguir más detalles acerca de lo que el abuelo le contase, los métodos y desmétodos que inventamos para ubicar a alguna mujer con cabeza de caballo entre las familias españolas más acomodadas de principios del veinte, tarea ciclópea pero que no nos asustaba porque cada vez crecía más entre nosotros la certeza de que esa mujer había vivido, vergüenza de alguna familia que contaba con los medios suficientes para protegerla del mundo, esa mujer había existido más allá de la tela, no era la ironía de algún pintor surrealista, por alguna extraña razón había sido retratada, eso había que averiguarlo, crecía la certeza de que el abuelo de Soto la vió ese día en París y ambos sosteníamos esa certeza, ambos la alimentábamos, vos cada tanto volvías a soñar con la mujer caballo, despertabas asustada y querías suspender todo, dejarlo, olvidarlo, pero el espanto te duraba unas horas y al mediodía ya estabas entusiasmada de nuevo. Se suponía que apenas yo llegase acá viajaría a París, visitaría el museo, luego buscaría, no se dónde buscaría, un rastro, un nombre, algo, vos mientras tanto seguirías insistiendo con el viejo Soto a ver si recordaba algún otro dato y en el receso de verano tratarías de venir para ayudarme en la búsqueda; sin embargo llegué acá y me paralicé, a pesar de tu insistencia me paralicé, nada de listas ni de registros, recién ahora me ha vuelto el entusiasmo pero entonces es a vos a quien parece no importarle, me hablás del pichón Bermúdez, pretendés que es lo más importante y que soy un insensible si no te pregunto por él pero yo chiquita mia no se quién es el pichón Bermudez, no recuerdo que me lo hayas presentado o siquiera nombrado alguna vez, mucho menos que esté involucrado con este asunto, pensé que era algo de nosotros dos solos, decís que te está esperando, que se lo llevaron y está incomunicado; traté de omitirlo, de pasarlo por alto las primeras veces que hiciste alusión a esto pero ya no puedo chiquita, no puedo más, no se de que me estás hablando, si es que algo está funcionando mal en mi cabeza y no puedo recordar o                                no se, no se, perdoname chiquita pero siento que no entiendo nada.
Zoroastro, chiquito mío, gato de agua ¿qué sucede? estás acá, mi tía, la que tenía cabeza de caballo, nunca fue retratada, apenas vivió veinte años, encerrada en su pieza, esa malformación la hacía horrible y padecía mucho por eso, decían que era engendro del diablo, castigo porque el padre se pasaba muchos días trabajando sólo en el campo y parece que se cogía a la vacas y a las yeguas pero nunca le hicieron un retrato a mi tía, tía abuela en realidad, lo único que quedó de ella es una fotito borrosa en la que apenas se la ve, la que te mostré anoche, atrás está escrito su nombre: Europa Vargas. Pero estás acá Zoroastro, al lado mio, llueve, anoche te quedaste dormido con el cigarrillo entre los labios, a medio fumar, me lo terminé yo mientras trataba de conseguir algún dato más sobre este Pedro Valladolid; llamó el pichón Bermúdez hace un rato, está encantado con París, dice que consiguió para regalarnos un reproducción de melancolía I de Durero, ¿conocés ese cuadro?

Mutar


Todo es frío y manso acá, nublado por una leve ternura,
al fondo duerme la bestia de los dientes partidos.
Todo es un gran óvulo acá
un gran ojo
un gran fondo de vaso de cerveza
una palabra que dice cuchillos
la mazamorra que nunca probamos.
Todo es una sutil forma del autoengaño, seductor,
un decir tras decir pelos y flores por evitar decir:
vagina
unión
levitación.
Estamos acostados
abiertos a la percepción
meditados
¿realmente lo estamos?
es falso
es mentira
es bajeza perfumada.
Estamos perdidos.
Sentados en la estación sin ir a ningún lado
(al menos llegamos a la estación)
éticos peléticos pelados peludos pelinplanpludos
asfixiados de libertad y de miedo
ruborizados de obsecuencia
decadentes.
¿Si te regalasen un cristal qué harías con él desdeñable criatura? 
Asustarte
meterte adentro del cristal
ningunearte
romperlo en mil pedacitos y comértelo uno a uno para lastimarte la garganta.
Estamos al fin del caparazón
al fin del macho
al principio hembra en todo.
Estamos a toda fe y a todo espanto.
Deseando que el viento nos levante la pollera
lavando las bombachas
rogando de cuclillas.
Los pies salados
la nieve fluorescente
el carnicero vegetariano.
Llamame despacio que voy asustada,
en  el acoplado de un camión vienen escondidas
las madrugadas góticas
las tetas bizcas
los culos incivilizados.
Nunca ha existido puente tan largo
tren fantasma
montaña rusa.
Tierra y amor en los zapatos
incomunicación por la metáfora   
¿cuántas veces necesitás que te cuenten el cuento para aprenderlo?.
Símbolos de todo que no dicen nada:
Una tira de pan francés es más locuaz que este montón de agujeros en el alma.
Destrucción por la palabra.
Inacción por la palabra.
Tengo las vísceras hacia afuera
el cuello partido
los labios roncos,
parece que algo va a salir volando
pero se queda enjaulado.
Venite bukowski
venite buñuel
ayúdenme a entender lo que carajo hay que entender.
Transmutar el cristal,
mutar,
sin verdades bajo las sábanas
sólo ojos
sólo antojos
bajo las sábanas.

Primero había que escribirte esto, después verte



Hay que soltar el escudo, desbarrarse en mil tajadas de tomate.
Puedo ir a buscarte a cinco mil galaxias de distancia, no a cinco cuadras.
Una rosa blanca de tallo largo y grueso limpia de espinas (si es que las espinas ensucian),
un poster de Marilyn en colores saturados (¿a eso le llaman vintage?),
un ventilador que sirve de perchero, la nariz tapada.
Vas a desnudarme como una cebolla cuando te vea,
voy a ser montaña cuando te vea.
He perdido el control de las circunstancias,
he perdido la forma, he perdido los cordones de los zapatos.
Vas a darme algo de color blanco, algo de color fuego,
una manzana pelada
cuando te vea.
Un martillo de musgo,
esmalte de uñas invisibles,
vas a ser un río creando su cauce entre las piedras,
una cara sin pestañas ni cejas ni dientes, toda blanda,
una sábana azul, un plato de tallarines al pesto con crema vas a ser,
vas a ser un velador con un duende de yeso,
un libro sobre el piso al lado de mi cama,
una alergia de invierno,
tres puntos suspensivos,
un gajo de naranja,
un movimiento centrípeto,
un porque sí certero vas a ser.
No podemos aspirar otro oficio que no sea el de mirar atardeceres y desayunar
café de madrugada.
El reloj hierve en el fuego con el arroz integral, no hay apuro por salar el tiempo.
No he llorado lo suficiente en mi nacimiento,
prestame tu vientre para meterme adentro,
puedo nacer entre tus nalgas o por tu boca
inclusive puedo nacer por tu talón.
Lo importante es nacer dormida para que al contacto con el aire
no se me quede tatuada en la frente la estrella de ceniza.
Escupo nieve blanca, dormir me aburre
prefiero seguir  escupiendo nieve a las siete de la mañana.
Pan-queso.
Pan-queso.
Estamos jugando al pan y queso cada uno en una punta de la ciudad,
no tenemos idea en cuál vuelta de esquina nos pisaremos los dedos.
Hace frío en las pestañas, dolor de mate en la almohada,
un solitario es alguien que ve un gato en las manchas de la luna
y en el gato su retrato.
Ocupaciones del amor, ocupaciones del miedo
el si como el no me vienen alternadamente en justo equilibrio,
si y no hermanados en mi,
en vos,
sincronizados.
Qué importa cuál respuesta si al final se van a anudar nuestros brazos
y aunque nos tiren agua fría con mangueras
agua caliente a baldazos
no nos van a desatar.
Qué importa ser más lluvia que mar
más mar que lluvia
más cuchara que tenedor.
No importa.
Es más sabio y más estúpido
besarnos las uñas, las caras
rasgar el colchón
comer mermelada.
Sublingual. Metasexual. Cosmovisual. Cerolandia.
Canjeo tu escarcha por mi escarcha,
tu boca por la mía,
pelo por pelo,
mi cabeza por tu camisa.
El corazón no te lo canjeo (tenemos el mismo repartido).
Mis ojos de ratita tampoco, son más íntimos que mi ignorancia.
Mi tos sí te la cambio, a esa no la quiero
quizás a vos te sirva ponerla en un frasco, llevarla de amuleto
y acordarte de mi en las noches de invierno.
Primero había que decirte esto, después verte.

Prefiero los títulos cortos o nona no leas esto



“Deja tu comarca entre las fieras y los lirios.
Y ven a mí esta noche oh, mi amado,
 monstruo de almíbar,  novio de tulipán,
asesino de hojas dulces”.
Marosa Di Giorgio 


A esta hora en que escribir viene a ser mi última derrota, escribo convencida de la inutilidad de escribir, sin poder hacer otra cosa.  Escribo sin expectativas, esperando ser Virgilio o Macedonio sin embargo.                                                                                                                                                        Cuando son las cuatro de la mañana, hace insomnio, hace frío, hace miedo, falta un cuerpo caliente al lado, ese otro que la espiritualidad nos convence que no necesitamos pues nos bastamos a nosotros mismos. Cuando es madrugada de domingo y ni siquiera los albañiles van a venir a meterse con mi soledad, me convenzo que mejor que comprarse un chocolate es escribir, sedas para el tabaco y escribir.                                                                                                                         He fantaseado con algún amante (al que le queda demasiado grande ese nombre) que vendría esta noche a aliviarme el alma, a suturarme la desgarradura fundamental, a prestarme su vientre para volverme a nacer o como prefieran decirlo, cualquier metáfora es válida. He imaginado un hombre, no digo específicamente un pene, sino un hombre, un ser, otro cuerpo, otra piel, que serían mi chocolate esta noche. Pero ante el silencio del teléfono me digo “el chocolate sos vos”, podés morderte cuadrado a cuadrado, chocolate con leche, chocolate con maní, lo envuelvo con la lengua, lo paso entre los diente, lo muerdo suave.                                                                                          Escribir es mi chocolate ahora. Pequeño teatro de rabia y de locura montado para mi misma con toda la intención de que sea meditación y sosiego. Dos libros, una vela, dos armados, cuaderno, lapicera, mate con edulcorante, mi poncho, mi calza térmica, mi pullover de feria, mi poster Marilyn, mi colchón. Nada ensimismada, mimada.                                                                                            Acá es el punto donde me quedo varada mirando alelada el ventilador, llenando el acolchado de cenizas, convencida de que tengo mucho para decir no tengo nada para decir. Todo esto es un acting, lo se, una incerteza cuidadosamente montada, porque voy a seguir escribiendo, nombrándome, como ahora lo hago. Como cada vez que no se qué hacer, que no encuentro afuera aquello que me mandan a buscar adentro, voy a poner mi cuerpo acá, voy a desnudarme, sacarme las capas como una cebolla, voy a escribir que no tengo nada para decir sobre el mundo, nada para narrar, solo desnudarme, voy a hacer de esta escritura un striptease. La paradoja no es nueva. De todas formas es más fácil sostener este insomnio de poca sopa a fuerza de humo y de palabras que escribirle a Rafael, decirle que venga, que no haremos el amor, él nos hará. Conforme amanece me da nauseas la tinta y el blanco de la hoja, flaquea la certeza, mis balas son de goma, empieza a angustiarme el agua enfriándose en la pava, queda poco tabaco. Entonces si quizás sea más fácil escribirle a Rafael, aunque el orgullo señores, la posibilidad altamente probable de que no conteste ¡el sentirse despreciado señores! El deseo de que el azar nos cruce en alguna vuelta de esquina y ya, ese famoso y manoseado don de fluir, sin embargo yo le escribiría y me estaría quemando como me quemo la lengua por fumar armados sin filtro. A las cinco de la mañana de un domingo  mi realidad se ve reducida a los armados y al debate entre escribirle o no. Corta de vista, lo se. Horizonte de pulga. El deseo de chocolate empieza a derretirse o a hacerse humo, como el chocolate mismo, como esta escritura.                                                                                                                             Personaje que monto ante mi misma cuyo razonamiento es mas o menos el siguiente: comer chocolates o escribirle a Rafael a esta hora es válido puesto que es la hora gris en que se ha ido la noche y el día aun no ha llegado, hora de indefinición en que todo está permitido puesto que las acciones y palabras a esta hora adquieren una naturaleza volátil, se tejen con un hilo de baba transparente que el sueño, tarde o temprano llega el sueño, hace el favor de olvidar. Si le escribo va a ser la última vez que le escriba como va a ser la última vez que coma chocolate o que fume tanto de madrugada, la naturaleza etérea de la madrugada y luego el olvido hacen que siempre sea la última vez.
En la escena que monto me confundo con mi personaje y no se si me estoy desnudando o poniendo un montón de trapos de colores encima, escribir es fácil, tremendamente fácil, más fácil de lo que dicen en las academias, los talleres literarios y en lo programas de televisión, es tan fácil como tomar mate o fumar, tan orgánico como la caca, desnudarse también es fácil. Jodido es cuando nos volvemos a poner la ropa y caemos en la cuenta de que hemos estado desnudos.
Lo importante es no creerse el cuento de que esa voz apesadumbrada y literaria somos nosotros. Lo importante es no identificarse con las palabras, nosotros somos sin palabras, este escribir es pura manía y pura maña. No siempre escribir es pensar, no es vernos reflejados en un espejo, es más bien una locuacidad, un parloteo mental, fondo blanco de cañería. Como sentarse en el inodoro y masticarse las uñas, eso es.
“¿Vamos a desayunar?”  Le escribo a Rafael, lo necesito para mi cuento. Necesito que me responda para que mi cuento avance. Eso es cruel, es canibalismo. Siempre se puede armar más cigarrillos y calentar más agua para el mate pero necesito que mi escritura avance, se desarrolle, no pido  líneas ascendentes, inicio, clímax y desarrollo, solo una punta de hilo para salir de la circularidad autorreferencial y pasar al espiral.
Con un escribir espiralado me conformo, eso ya es salir del laberinto de metáforas que no hacen mas que nombrarme con muchos nombres, circularidad autodenominativa, tautología. ¡Un antónimo señores! Por caridad, un antónimo. La regla es que de los laberintos se sale por arriba, volando. Yo ahora me coso alitas de papel crepe y salgo volando por mi coronilla en viaje astral.
“¿Vamos a desayunar?”. Escribir mensaje. Agregar número desde agenda. Mensaje enviado. Sin expectativas, sin esperar respuesta. Sospechando que me voy a desayunar conmigo misma y esta historia. Una piedra arrojada al agua, aunque no haga ruido, siempre forma ondas concéntricas y eso ya es algo. Lo necesito a Rafael para esta historia, hacer carne con la palabra o de la carne hacer palabras, lo mismo da.
Canibalismo dije. Un amigo me explicó que cuando la Pizarnik empieza a desear crear con su propio cuerpo el cuerpo del poema está al borde de la neurosis, identificación total con la palabra. En una entrevista a Marguerite Yourcenar decía que luego de años se había dado cuenta de que se trataba de leer para aprender a vivir y de vivir para aprender a leer. Entonces también se trata de escribir para aprender a vivir y viceversa.
Invitar a desayunar a Rafael un domingo de madrugada, fantasear con un encuentro que me de tela para esta historia o al menos el trampolín para saltar del laberinto, es pretender tener el control, mis horas bajo control, la escritura bajo control.
Deseo de control inútil. Invalidación por la palabra y la acción del don de fluir, esto me genera retención de líquido y acentúa mis ojitos de rata y mis cachetes como panes ansiosos de que alguien les hinque el diente.
¿Pero cómo saber cuándo se está fluyendo y cuándo se está queriendo controlar todo si estoy accionando sin expectativas?
Arrojo la piedra, me doy vuelta y me voy caminando despacio, esperando oir su ruido. No se trata de una gran odisea esperar que alguien responda un mensaje telefónico, no es un gran clímax, después de Rayuela es difícil esperar grandes hazañas literarias, sin embargo ahí afuera señores pretender desayunar café con leche y queso a las seis de la mañana de un domingo de invierno, en el bar frente al San Martín, con un desconocido al que se me ha dado por llamar Rafael, no deja de ser una hazaña, un ombligo revolucionario.
No deja de ser una hazaña disfrazarse con la pollera gitana, las botas con corderito y el saco gigante que era de la nona que era de mamá que era de la nona e ir a desayunar sola. Pedir café con queso es una hazaña revolucionaria pequeñoburguesa, un consuelo dadaísta de ciudad, como lo es vestirse entre estrafalaria y vintage y convencerse que eso va a compensar los ojos de rata y los cachetes de pan. Digamos que se trata de un fluir encapsulado.
Me fijo en el teléfono, fiel a mi paradoja de tirar la piedra y darme vuelta y hasta taparme los oídos, lo he puesto en silencio. Ahora sí me fijo porque mi insomnio y mi historia deben continuar. Tiro el teléfono a la mierda y me siento una pelotuda. Al carajo con la poesía, al carajo con las palabras ¡Viva Bukowski! ¡Muera Mallarmé!
Me debato entre comprarme un kilo de bizcochos o seguir escribiendo, ha sucedido lo que esperaba que sucediese, ley de la atracción en reversible, temor materializado. Rafael no responde, silencio, del otro lado hay en silencio. Me entrego en bandeja con una manzana en la boca y la manzana está pelada. Me siento un tanto acosadora. Lo mismo me ha sucedido con el rastafari, el chico de ojos azul miel, el francés, el italiano, el lacaniano, el albino, Michel y Kevin. Se han convertido en carne de mi prosa, materia prima de mis palabras. Ok, hasta ahí vamos bien. Pero no se ha cumplido el mecanismo inverso, escribir no me sirve para la vida, nada de lo que sucede en estas hojas se cristaliza ahí afuera, del otro lado de la ventana. Una y otra vez las circunstancias me mandan a buscar adentro, deportada una y otra vez a las palabras. ¿Y los cuerpos para cuándo?
Es como dice la canción de Tan Biónica “algo habré perdido que ando tan comprometido en buscar adentro tuyo algo que está dentro mio”. De Yourcenar al pop, bien jodida estoy. Eclecticismo de poca monta. Pero a qué intelectualismo estoy jugando, se trata de la libre asociación de la conciencia a las seis de la mañana. Combinación de ambos hemisferios cerebrales. Mi corazón está hecho de vinilos de los Beatles y libros amarillos de humedad de una madre con paradero desconocido. Me estoy recreando. Me estoy parodiando. Me estoy justificando.
No se justifique señorita, crea, diga, haga. No se justifique. Ok, hay que calentar la pava. Y si sigo escribiendo es porque hay una puta esperanza al fondo, la perra esperanza que me mira desde el fondo con ojos lánguidos, perro pasado por agua. La persistencia. La palabra que se dibuja es persistir. Entonces quizás aun me escriba Rafael, aun salga algo que valga la pena de todo este palabrerío. Si considero, o imagino, todos los que están en mi misma situación a esta deshora del domingo empiezo a sentirme universal, y acompañada.
Bueno ya está, le puse volumen de nuevo al celular, puse la pava, hice pis, armé otro cigarro, le cambié la yerba al mate, prendí un sahumerio. Podría quemar todas las naves, mandarme a cuarteles de invierno, comprarme un kilo de bizcochos, dar el domingo por perdido y esperar que la digestión me adormezca. Pero y qué si Rafael me respondiese a las nueve de la mañana, qué si me estuviese reservado un domingo de puro sexo. No es imposible. Hay que estar preparada, dispuesta a la palabra como a la acción, a menudo me ha sucedido guardar la espada y que aparezca el dragón. Sin embargo no se trata de un combate esto, nadie debe morir, suficientes velorios he tenido ya. En todo caso es más probable que se convierta en el fragmento del diario de una adolescente pajera, y no uso el término “pajera” de modo peyorativo. Juana de Arco de salón. Sor Juana de bidet.
Una chica sale con cara de culo y el maquillaje corrido del departamento de su novio en Nueva Córdoba, el tipo estaba duro de merca y no se le paró ni un poquito. En la parada del A6 tres travestis le convidan un porro a un pibe que llora porque el novio lo acaba de dejar. Dos amigas desayunan en una estación de servicio descubriendo que a las dos les gustó el pibe que tocaba la bata en la fiesta y menos mal que ninguna se animó a hablarle porque iba a ser para bardo, a escondidas de la otra cada una piensa en como le clavaba la mirada el pibe y no ven la hora de conectarse al face para agregarlo, mientras tanto hablan de lo lindo que sería encontrarse a Johnny Depp  de tapado negro y sombrero gris para invitarlo a hacer un trío. Una rubia platinada decidió que iba a llegar al fondo de ella misma, se pintó los labios de rojo, se planchó el pelo, se puso un vestido sin bombacha abajo y llegó hasta el fondo de una botella de baileys que le costó la plata para vivir el resto de la semana, ahora le pesan los párpados y se masturba acurrucada en la cama.
Yo me puse a escribir y le mandé un mensaje a Rafael. Algunos son capaces de vivir en un estado de enamoramiento sin necesidad del amor físico, son capaces de escribir bellas frases de amor abstracto sin tener frente a si al objeto deseado, de alguna manera este es el verdadero amor: inespecífico, porque si, un estado que se experimenta sin necesidad de cristalizarse en posesión o pretensiones de obtener algo a cambio. Raras noches soy capaz de vivir el amor de ese modo, era capaz a los diez años cuando escribía poesías en las que abandonaba a hombres que nunca había conocido, en las que hablaba de amor y desamor con un desapego y una nostalgia espeluznantes, quizás vestigios de alguna vida pasada, vaya uno a saber. Pero ahora yo necesito del amor físico, reniego de la idea de ser una asceta o un puro espíritu, necesito pellizcar, morder y acariciar, el deseo se me sale por las puntas de los dedos. Nadie va a hacer por mi la tarea, nadie va a ser por mi y sin embargo la ansiedad del vientre y los labios que me muerdo inconstante delatan ante mi misma la esperanza de encontrar un otro que me desenmascare y me redima. Aun sintiéndome carente, aun sintiendo a la escritura (¡y a toda la literatura buena y mala de este mundo!)  entre autenticidad y placebo, hay un inmenso disfrute en todo esto, sigue siendo un chocolate entre los dientes.
El disfrute viene sobre todo cuando caigo en la cuenta de que no soy estas palabras, la ventana está abierta y puedo salirme por ella cuando quiera. Al fin de cuenta las palabras no son el mundo, yo ahora me monto a caballo en el umbral de la ventana y empiezo a pasar lista a todas las cosas que me gustan, fumar un cigarrillo a la salida del cine (aunque no todo tiene que ver con cigarrillos en mi vida), ir al cine sola a ver películas largas y lentas, ir al cine acompañada a ver el mismo tipo de películas y que el que vino conmigo tenga ganas de putearme o que se levante y se vaya, no usar despertador, prender una vela mientras como, hacer brujerías, hablar con mi planta de menta, ir a la compra-venta de libros y cambiar un montón de libros viejos y aburridos por libros nuevos, pasear de la mano con M, acariciar a los perros de la calle, ir a la feria de cosas usadas e inútiles, morder una almendra por la mitad, llorar mucho y tenerme mucha lástima y mucha pena y después salir a emborracharme y sentirme fantástica, comprarme un esmalte de uñas de un color que no tengo, ir a las hamacas.
Ahora si, estoy harta de mirar por la ventana, harta de mis delicadezas de porcelana invisible, harta de mi colección de bolsillo de cosas que me gustan. Puaj, onomatopéyico y contundente puaj puaj, nausea, alguien sería tan amable de arrancarme la piel por un rato. Ya es pasado el mediodía, miro por la ventana del bar, me dormí escuchando Sergue Gainzburg, soñé que era un ángel encargado de cuidar a mi madre y que mi misión ya había terminado, había empanadas árabes mal armadas por un hipotético hermanito en el sueño, desperté con los pies helados y el cuello duro culpa de la ventana abierta. “Un café con crema en jarrito puede ser” dice ahora mi voz de garza (¿cómo es la voz de las garzas?) a la “flaqui” del bar. Es claro que pido un café, no dos, por lo tanto es claro que Miguel A  no ha aparecido, hoy ya no se llama Rafael, se llama Miguel A.
No es lo mismo café con crema que café con leche. Café caliente y café frío son mucho menos lo mismo. No es lo mismo cigarrillo armado que un felipe morris y aún menos es lo mismo Rafael que Miguel A. A Miguel A  le doy el beneficio de la duda, quizás me llame.
Mi miedo es ser seca y frígida, asi que me he hecho una idea sensual, pulposa, de la escritura y de todos aquellos oficios mas o menos abstractos, mas o menos inútiles, con los que coqueteo. Una fruta de carne, entre amarilla y anaranjada, un gemido bucólico.
Debería dedicar un día entero al ayuno y al llanto, lo voy a hacer cuando termine de escribir, es decir cuando ocurra un desenlace más o menos aceptable respecto a Miguel A, o cuando ocurra algo, lo que sea.
He prendido una vela, la vela que uso para meditar y encender un cigarrillo de vez en cuando, me mantengo crédula y escéptica frente al fuego. Es lunes de mañana, suena Sigur Ros, no he tenido noticias de Miguel A, su comportamiento no varía respecto del de Rafael, es natural, son la misma persona y mi cambio denominativo no sirve para modificar su actitud, eso también es natural y lo agradezco porque vaya a saber qué fuerzas desencadenaría si me fuese concedido cambiar el comportamiento de las personas cambiando sus nombres. Nada de vudú en estas hojas. La literatura (o este oficio de escribidora o como quiera llamarse) acá se queda, lo que yo haga en esta hoja acá se queda, de este lado del postigo, aun si la escupo o la quemo, acá se queda, yo miro por la ventana y escribo, miro la vela y escribo. Claro que a veces cual Alicia caída por el agujero pierdo noción de las medidas y me como el pan que me hace demasiado grande o me bebo el jarabe que me vuelve demasiado pequeña, entonces no puedo mirar ni pasar por las puertas y ventanas o paso y miro en exceso, más de lo que mi alma y mis ojos estás dispuestos a soportar. Como siempre desde los griegos se trata de hallar la exacta medida, el justo medio, la bendita proporción.
Se trata de una orfandad metafísica, una nostalgia que es más vieja que mi corazón, karma, posición de los planetas al nacer, vidas pasadas, fase anal mal superada, inconsciente colectivo, cicatrices antes de cumplir los tres años, shock de parto, vaya uno a saber. Es esa vieja angustia o dolor no localizado, un temblor y unos ojos de pájaro, mirándome desde el fondo del espejo, húmedos de deseo. Se trata de estar conmigo, tocándome con la punta del dedo índice, el corazón parado de puntitas. No quiero alimentar este estado, esta emoción, pero tampoco disfrazarlo, esto también pasará, como el reflejo de las nubes sobre el agua, por eso no voy a llamar a Leonardo puesto que no deseo actuar desde la carencia, sin embargo sería tan fantástico un cuerpo que cubra como una frazada de polar mi orfandad metafísica de esta noche. Ahora el teléfono va a sonar, ahora van a tocar el timbre, recurrente deseo de un otro que sepa cucharear. Madame Bovary de invernadero estoy echa. ¿A quién llamar? ¿A quién invitar ir por un café y un poco de queso? ¿Quién se ofrece? Claro que no acepto cualquier cuerpo, mi deseo es hacia una cuerpo específico, no hace falta que lo nombre pero vuelvo a nombrarlo por si acaso lo invoco, mi deseo es hacia Leonardo y hacia nadie más, hay un poco de gata flora al fondo de las medias en el deseo unidireccional, caprichoso y negado a considerar otras oportunidades, pero un tipo que conocí una noche entre cerveza, maní, varias gansadas y preguntas tontas, me dijo que cuando una mujer lograba elegir al hombre que quería, escogerlo y señalarlo de entre el montón, podía elegir su vida, curiosa analogía a la que ahora me aferro.
Apenas son las ocho de la noche y yo tan alarido y cigarrillo, estoy dramatizando. “Esto también pasará, esto también pasará” repetido como quien pasa las cuentas del rosario rezando el Ave María. Hay mucha sensualidad en este montaje, el mantel a cuadros rojos y blancos, la vela violeta, Gainzburg, el pucho, las calzas rojas puestas al revés. Le pido al fuego que me cure. Pero no estoy inválida, puedo ir a donde desee, coger con quien desee, sin embargo la niña Bovary no cogería con cualquiera, sólo con Leonardo, o con alguien que aun no me ha sido revelado, en todo caso no lo haría ni con Kevin ni con Michel. Ayer me lo crucé a Michel, me gustaría que se aparezca ahora pero bastaría con que estemos frente a frente para reconocer nuestras respectivas soledades friccionando, chocando, y preferir dar media vuelta e irse cada uno por su lado silbando bajito. Por favor comprendan que este es un intento de fidelidad a mi misma, no histeria ni neurosis.
Anhelar otro cuerpo no deja de asombrarme, no deja de asombrarme la atracción de los cuerpos bajo las sábanas, sobre todo en invierno, sobre todo en tristeza. Me acurruco en la cama y miro, no puedo dejar de hacerlo, hay gente que se dedica a mirar panteras, a mirar autos, a mirar tele, a mirar otra gente, yo miro el fuego, el poster de Marilyn, el humo, la pared blanca, mis manos, el celular, mucho me gustaría tener un par de ojos frente mío para mirar ahora. He dado por perdido a Leonardo pero por salvadas estas hojas, su ausencia ha creado la presencia de estos renglones, asi que le agradezco a Leonardo el silencio que en mi ha creado. El silencio es este sosiego brotando desde el cuerpo ahora, cuando la prosa acaba, acaba el movimiento de la mano sobre la hoja y sólo va quedando un sorbo de mate, una última mirada a la cama que ya no queda grande, un mordisco de manzana, una seca, Aristimuño cantando en el epílogo. La fiera está saciada, el rito caníbal se ha cumplido, la pantera se relame echándose de bruces satisfecha.
Ya juzgarán ustedes si esto se trata de una masturbación, un striptease o un cuento. Únicamente puedo afirmar que una vez, hace mucho, cuando mamá murió, escribir me salvó y esta vez me va a volver a salvar.
Vomita baileys y bilis la rubia platinada. En la parada del A6 los tres travestis desayunan porros y choripanes con el pibe del corazón partido. Dos amigas averiguan cuánto cuesta viajar a Hollywood. Y yo hago el amor con Jhonny Deep.

Pequeños





i
Mi corazón es
una frutilla podrida
con hormigas.

ii
Noche nutricia
prefiero reventar entre amapolas
noche bruja.

iii
En tus blancos muslos
prefiero ahogarme
noche de luna.

iv
Y ahora bailo las palabras
tristeza caos anarquía
burbujas de aire
para mi melancolía

v
Frágil, peligrosa
triste, peligrosa
se percibe
la belleza
peligrosa.

vi
No tengo cara
no tengo cara
no tengo cara
soy la sincara.

vii
No quiero comida
quiero besos
tampoco sexo
sino besos.

viii
Beso el beso
te beso
los besos.

No es suicidio


Las peras amarillean, exhalan y quieren salir corriendo de los árboles,
quieren saltar al vacío pero se quedan.
El fuego quema y aunque sea el saber más viejo cada vez que quema uno se frustra
 y vuelve a gritar “¡quema!”
quemología, quematística, quemofilia, quema
quema las mangueras del lavarropas quema las milanesas quema mi pelo
quema el acolchado quema el mantel
quema los papeles con promesas quema la ropa
quema las polillas las experiencias la respiración a tiempo
el fuego es eléctrico
da olor áspero cuando quema la comida (salvo los aros de cebollas, un poco quemados son ricos)
Al amor lo queman las palabras, a la vida la quema el pensamiento,
se trata de matarse suavemente y sin felicidad, con fuego leve
matarse por matar, por matar la vaca por arrancar el árbol
se trata de matarse sin matar, matándose nomás.
Se trata de quemar uno a uno los hallazgos
como si una a una se encendiesen las hornallas
y en cada hornalla nos detuviésemos unos minutos para con un candor ligero, imperceptible,
quemarnos  una a una las pestañas.
Se trata de ser un poco blando, un poco informe, de gelatina o masa de torta cruda,
para que la voluntad quede tirada, borracha y pidiendo monedas, a la vuelta de la esquina.
Se cae la imaginación con las últimas hojas de otoño que caen y entonces
las exhalaciones en bloque o las purgas intestinales vienen como la solución más recurrente,
las piernas son muy largas para este torso, el torso muy pesado para estas piernas.
“Usted se organiza para destruirse” alguien me dijo.
La pesadilla está al borde de los labios,
baile de los chanchos,
viajes imperfectos.
Mañana es algo inmenso,
demasiado inmenso para camisa de jean y polainas,
pequeño, muy pequeño, para los que nos metemos el corazón en la boca a cucharadas.
Triste mundo parido, abortado y vuelto a parir con remalles y agujeros sin clavos,
destartalado.
Hay una fuerza con cola de diablo y un dios ciclotímico, incompleto, inhallado,
hay un revuelto de kahlos y pizarniks, indigerible,
 que cristaliza en nubes de asfixia  y llantos de humo que lindan con la nada.
Es tan sencillo que da risa, que da acidez, que da espanto,
por vocación de santos y de histéricos
a lomo de tortuga llegaremos al sol para ser quemados.
El día boca abajo, de cara a las sábanas, a la pared,
hay algo de exótico y de golosina en el sufrimiento:
un voluble con volumen voluminoso, un cárnico de carne proteinúrico
alfalfa, pasto verde para las buenas lenguas.
Hay que salir de la cáscara de maní, del grano en la frente, de la ternura básica,
de la mosca en  el plato sin lavar, del botón descocido, del inexistente pensante.
Hay que ser la mujer sin cabeza, la serpiente emplumada, la que corre y canta,
hay que colgarse aros de cáscara de banana, aros de sexos,
collares de golondrinas, alas sin espadas.
El 22 se rinde en los talones del recién nacido:
hay que chuparse el dedo y saltar por la ventana.